Un viaje hacia las utopías revolucionarias (XCVIII)
22 de octubre 2013
Manuel Justo Gaggero es Abogado. Fue Director del diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.
La reacción de la Dictadura a la “detención” del ex Dictador Pedro Eugenio Aramburu, llevada a cabo por un comando revolucionario de una organización que de esta forma recuperaba el Mensaje del Che, fue el anuncio de la sanción de la Ley Marcial, por la cuál serían sometidos a Consejos de Guerra sumarísimos y fusilados, los responsables materiales e intelectuales de este hecho.
De esta forma Onganía pretendía demostrar que su autoridad seguía intacta, como así también su intención de perpetuarse en el gobierno.
En el penal suspendieron todas las visitas, incluso la de los defensores, lo que generó cierta intranquilidad en mis compañeros de cautiverio.
Les explique que las leyes penales no tenían efecto retroactivo, por lo que la decisión no nos afectaba para nada. En mi argumentación reiteraba un concepto, que luego resulto erróneo: “La Argentina no es Guatemala”.
Al mismo tiempo tratábamos de hacer conjeturas sobre la composición de esta formación armada, que en su primer comunicado se autodenominó “Montoneros”, recuperando la historia de las montoneras que habían luchado por la Independencia, al mismo tiempo que anunciaba su intención de someter al Jefe de la Contrarrevolución de 1955, a un tribunal revolucionario.
Al respecto recordé, que una visita a Paraná que hiciera José Savino Navarro, días antes del “Congreso de los Compañeros” de la CGT de los Argentinos, nos comentó que un grupo de jóvenes, provenientes de las juventudes católicas, que eran habituales concurrentes a los campamentos de trabajo que organizaba en el nordeste el sacerdote “Macuca” Llorens; se planteaban seguir el camino de Camilo Torres.
Lectores del filósofo francés Telhard de Chardin, proponían una resignificación constante del cristianismo, a la luz de la Conferencia de Medellín.
Esto se confirmó, posteriormente, en las órdenes de captura libradas por las fuerzas represivas; de las que daban cuenta los medios de comunicación.
Unos días después, mas precisamente el 8 de junio, la Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas, como en una partida de ajedrez, le dio el “jaque mate” al Dictador; que ya había sido herido de muerte en las movilizaciones que tuvieron como epicentro a la ciudad de Córdoba, un año antes.
Esta reasume el gobierno y tras largos conciliábulos “importa” de los Estados Unidos a un General desconocido: Marcelo Levinsgton, que a la sazón fungía como representante argentino ante la Junta Interamericana de Defensa; para colocarlo al frente del gobierno.
La debilidad evidente del régimen castrense aumenta los niveles de oposición de los sectores populares.
Nuestra Central -la CGT de los Argentinos- encabeza nuevos paros y movilizaciones.
La decisión de reemplazar al Dictador disminuye la tensión en la Cárcel y comienzan a llegar nuevos detenidos en las redadas realizadas por las fuerzas represivas; verdaderas “caza de brujas”.
En ese marco y, en tránsito hacia un penal en el sur, llega un compañero abogado, que había tenido un papel fundamental en la consolidación del sindicalismo clasista en su ciudad: Córdoba.
Alfredo Curuchet, con que el que forje una gran amistad, poseía una formación ideológica sólida y nos comenzó a dar clases de marxismo; al mismo tiempo que polemizaba con respeto, pero con firmeza, con los compañeros del Partido Comunista.
Llegaron también, en esos días, dos colegas, que provenían de la “docta”, los hermanos Arias, a los que les imputaban haber participado en un extraño “complot cívico militar”; producto de las mentes afiebradas de quiénes estaban al frente de los servicios de inteligencia del gobierno militar.
Uno de los últimos “ingresos” fue el de un típico porteño de apellido Zapatero, que se sentía impactado porque se lo hubiera detenido; vinculado a la acción de Montoneros.
“Imagínense que van a decir en el barrio”, señalaba entre fuertes risotadas.
-Pensamos, al principio, que podía ser un “servi”, pero luego nos dimos cuenta que efectivamente, como decía un compañero, estaba viviendo “su minuto de fama”.
Al reanudarse las visitas vino Roberto Sinisgaglia, no como abogado, sino como familiar masculino -como amigo- ya que al no tener ni padre, ni hermano, la Dirección del Penal había autorizado que me visitaran dos entrañables compañeros: él y Luis Cerrutti Costa.
Alicia Eguren me hizo llegar con este un mensaje de apoyo y solidaridad y me trasmitió el Programa que levantaba la Unidad Popular en Chile para las elecciones de setiembre de ese año.
En el mismo se proponía poner en manos del Estado grandes sectores de la economía del hermano país que estaban en poder de multinacionales, al mismo tiempo que se generarían formas de democracia directa; garantizando la participación obrera en el control y la dirección de las empresas estatizadas.
La “flaca”, como cariñosamente llamábamos a la compañera de John, estaba muy entusiasmada con el proceso que lideraba Salvador Allende, con el que la unía una fuerte relación de coincidencias ideológicas y humanas.
En ese marco, en mi “lugar en el mundo”, aumentaba el reclamo por mi libertad.
Los abogados preparaban un paro de 48 horas en toda la provincia, al mismo tiempo que las organizaciones sindicales, con las que estaba vinculado profesional y políticamente, anunciaban movilizaciones que generaron preocupación en la intervención militar.
¿Cómo se produjo el nacimiento de nuevas organizaciones revolucionarias? ¿Cuál fue el desarrollo de las luchas obreras y populares que desembocaron en movilizaciones similares al “Cordobazo”? ¿De que forma el interventor militar en la provincia Brigadier Favre comenzó a gestionar mi liberación?, serán algunos de los temas que abordaré en mi próxima nota.
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