Historia Política, Peronismo, Politica, Viejas costumbres

RODOLFO ORTEGA PEÑA por Miguel Bonasso

 en pd Aquí: fRODOLFO ORTEGA PEÑA por Miguel Bonasso

Resumen Latinoamericano.

Edición EUROPA. Sept-Oct. 1999. nº 43

Ortega-Peña-por-Bonasso[31 de julio de 1974] 1

Sabía que estaba condenado a muerte, pero no sospechó nada cuando el supuesto periodista de “El Cronista Comercial” le preguntó por teléfono hasta que hora permanecería en el Congreso para pasar a entrevistarlo. El diputado Rodolfo Ortega Peña le respondió que lo esperaría hasta las ocho de la noche. El periodista no se presentó y el hombre alto y pelado, de barba mefistofélica y anteojos de intelectual, abandonó la Cámara de Diputados con su compañera Helena Villagra. Caminaron desprevenidos por la calle Callao hasta Santa Fé. El «pelado» se rehusaba a que lo custodiaran. Había descartado de plano la sugerencia de sus íntimos de que abandonara por algunos meses el país y pensaba que la única seguridad posible era manejarse así, a la luz, de manera absolutamente legal y abierta. Salvo que la línea que separaba las instituciones democráticas del terror era lo suficientemente delgada como para ser traspasada por una oscura maquinaria del crimen que ya había decidido navegar a dos aguas. Esa maquinaria se proponía debutar públicamente con su primer magnicidio -consumado y firmado- esa misma noche: la noche del 31 de julio de 1974. Treinta días antes había muerto Juan Perón, dejando en la Presidencia a su viuda, María Estela Martínez (Isabelita), escoltada por su secretario privado, losé López Rega, ex cabo de policía, cantante frustrado de boleros y caracterizado brujo del culto Umbanda, vinculado con la Logia Propaganda Dos y con la CIA.

Había una fría llovizna que copiaba las siluetas en el pavimento, cuando Ortega Peña y su compañera Helena concluyeron su rápida cena, salieron. del “King George” y subieron a un taxi que estaba allí, detenido, con las luces encendidas, como esperándolos. El taxista (Santos Vilella se hizo repetir dos veces la orden, en voz bien alta, y luego enfiló hacia Carlos Pellegrini y Arenales. El auto se detuvo sobre la vereda peatonal, en doble fila. El “pelado” y Helena bajaron. Mientras el «pelado» sacaba seiscientos pesos y se los daba al chofer, un Ford Fairlane, verde oscuro, avanzó hacia el taxi y frenó bruscamente. Tres hombres de mediana edad, con los rasgos desfigurados por medias de mujer, descendieron armados con metralletas. Unos de ellos puso rodilla en tierra y apuntó al diputado. Los tres abrieron fuego sincronizadamente, con absoluta frialdad.

De la primera bala, un rebote perforó la mejilla de Helena y salió por el otro cachete sin destruirle ni un diente. La mujer sintió como si una bomba de agua hubiera estallado en su boca y lanzó un grito. «¿Qué pasa, flaca?, alcanzó a preguntar Ortega Peña, antes de ser alcanzado por una certera andanada de balas que lo derribaron. Tenía ocho balazos en la cabeza, uno en la muñeca, otro en el antebrazo y varios en el cuerpo. El taxista se había arrojado cuerpo a tierra. Todo ocurrió en contados segundos .

…El cadáver desnudo del «pelado» yacía en el piso de una de las piezas de la comisaría 15. A la medianoche entró a la seccional el jefe de la Federal, el robusto comisario Alberto Villar, que había sido entrenado por la AID norteamericana y apenas dos años antes había irrumpido en la sede central del Partido Justicialista para llevarse los ataúdes con los restos de tres guerrilleros asesinados en Trelew, que enterró clandestinamente.

Ortega PeñaAhora el comisario de la penúltima dictadura militar era jefe de la policía peronista. Su designación había sido firmada, en persona, por el difunto General Perón. Villar entró al cuarto donde yacía Ortega, riéndose a carcajadas y palmeando a los oficiales de la comisaría. Había divisado a los amigos del difunto, a los que odiaba tanto como al muerto, y quería confirmar con su festejo lo que algunos de esos hombres comenzaban a sospechar: que el mismo hombre que comandaba de día la Federal, conducía de noche la Alianza Anticomunista Argentina. La temible Triple A, que no tardaría en reivindicar el asesinato de Ortega Peña. Entonces le salió al cruce un hombre temerario, el aristócrata revolucionario Diego Muñiz Barreto. Que le gritó en la cara; “¡No te rías tanto, hijo de puta, que la próxima boleta es la tuya!” (Frase que se convertirla en profecía cumplida unos meses más tarde.)

 Y cuando Villar y los otros policías estaban a punto de tirarse encima de Muñiz Barrero, hicieron un ingreso teatral y oportuno el jefe del bloque justicialista Ferdinando Pedrini y el presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, que también era yerno de López Rega, el sostén político del comisario Villar. Siguiendo los preceptos de la mafia, el yerno del autor intelectual venía a ofrecerle a la viuda velar al asesinado en la Cámara de Diputados. El ofrecimiento fue obviamente rechazado y Ortega Peña fue velado en la Federación Gráfica Bonaerense. Detrás del féretro un cartel anunciaba: «La sangre derramada no será negociada». El lema con el que había jurado como diputado del bloque unipersonal «De base», que se escindía del justicialismo para representar al ala más critica del peronismo revolucionario.

Opeña-ERoja38-agost74El entierro fue al estilo Villar: la policía reprimió y estuvo a punto de provocar una masacre; luego quiso llevarse el ataúd por la fuerza (lo que impidieron varios diputados que lo rodearon con sus cuerpos), y finalmente se metió en el cementerio de La Chacarita con las motos, deteniendo a 300 manifestantes. Los poderes legales del Estado parecían temer al cadáver del historiador que había reivindicado a los caudillos antiimperialistas del siglo pasado; que había desafiado a la policía y a los servicios de inteligencia defendiendo presos políticos sin distinción de banderías; al diputada mordaz que había denunciado la claudicación del peronismo isabelino; el tribuno de la plebe que levantó en el recinto los conflictos sociales.

1 [Según referencia de Enrique Gorriarán Merlo en entrevista con Néstor Kóhan, el diputado Ortega Peña había solicitado su admisión al ERP algún tiempo antes de ser asesinado, y participaba regularmente en ámbitos de discusión junto a Silvio Frondizi y Haroldo Conti. Durante ese período se grabó la película documental “Me matan si no trabajo”… en expresa colaboración con Raymundo Gleyser y otros intelectuales vinculados al PRT.]

Informe de Radio La retaguardia (2014)

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