Estos solo son dos claros ejemplos de las limitaciones institucionales a las que se enfrentan y contra las que se estrellan de manera permanente, los proyectos de desarrollo capitalista «autónomo» en América latina desde hace más de dos siglos. Aunque también deberíamos incluir aquí otros muchos elementos de la realidad boliviana o uruguaya, y de las inevitables y recurrentes crisis políticas estructurales de los capitalismos dependientes latinoamericanos, arrastrados por la crisis del dolar y la inestabilidad de los mercados especulativos.
Nosotr@s siempre hemos sostenido que es incorrecto en términos científico-críticos, denominar «ciclo progresista» al proceso de renegociación de la deuda pública-privada «externa» y a la reestructuración de los mercados (biotécnología, robotización, informatízación) y el reordenamiento de los sistemas políticos de los países latinoamericanos. El fracaso sistemático para promover ‘desarrollo’ capitalista sin violencia y sin desigualdad, desnuda a diario las debilidades del neopopulismo burgués.
Sucede, dicen los gerentes y los alquimistas, que la política debe darle paso a la tecnogobernanza. Y sucede que en el «centro»: derecha o izquierda, arriba o abajo, parecen simples conjeturas, especulación de «marginales», porque en el centro solo hay bancos, arribistas, putas y carroñeros transformistas.
Cuba, Venezuela, México, Nicaragua, todos estos gobiernos en mayor o menor medida, se enfrentan con los límites de las estructuras de clases a nivel regional y continental. No existe, ni es posible «fabricarla», tal cual demuestran el «varguismo» brasileño y «los peronismos» argentinos, posibilidad alguna de pactar acuerdos con fracciones de la burguesía. No existe ni es posible imaginar en el contexto mundial de la lucha de clases, viabilidad alguna para el auge, desarrollo y protagonismo de una burguesía «progre» en las letrinocracias latinoamericanas.
Nos simpatizan los ilusionistas, pero conocemos el show. Nosotr@s sostenemos, que tal como lo previó de manera brillante Rosa Luxemburg hace más de cien años, el capital requiere para sostener al menos una mínima tendencia creciente de ganancia, de una «acumulación terminal»; es decir que al capital global no le basta con los activos financieros de los países dependientes, sino que requiere del saqueo y la destrucción acelerada de los Hinterlands (las tierras interiores), digamos por ej.: la superexplotación maderera y gasífera de Alaska o de Siberia, de la selva lluviosa centroamericana o las tierras inexploradas de los Andes, la Amazonía y el acuífero Guaraní en la triple frontera (Brasil, Paraguay, Argentina). Es decir los bienes comunes que aun pueden ser sostén de vida de comunidades que no rigen su relación con el medio natural, ni la organización comunitaria, según la relación mercantil-capitalista.
Los pobres, los explotados, son los sujetos de la historia, no las «ideas», no los «gobiernos». A donde sea que se mire, el capital propone guerra y superstición, vida enajenada, cultura de la muerte.
Pero tampoco es que la letrinocracia sea un programa de desarrollo y gobernanza recién descubierto… Las burguesías dependientes y sus aliados, aun en los países con gobiernos de tendencia reformista, solo alcanza a concebir ‘planes de gobierno’ como ‘planes de negocios’. Negocios a los cuales les llaman «desarrollo» y «emprendimientos».
Mientras, arriba y abajo; a derecha y a la izquierda; unos preparan la última guerra: el medievo del entretenimiento mediático y la guerra como espectáculo: el Apocalipsis, la extinción planificada. Y los nosotr@s nos disponemos a la batalla. La batalla por la vida, que es la batalla por la libertad y la supervivencia.
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