Crítica Social, Cuba, Historia Política, Imperialismo y Guerra Permanente, Latinoamérica, Politica, Psicologia y Educación

ACERCA DEL “SOCIALISMO Y EL HOMBRE EN CUBA” DE ERNESTO CHE GUEVARA por Marie Langer

7 de Octubre 1974

*

Bajo el título El socialismo y el hombre en Cuba, el Che, plantea una problemática crucial: una vez alcanzado el poder ¿cómo se logra crear un socialismo que transforme al hombre si, justamente, se necesita del hombre nuevo para construir un socialismo encaminado hacia el comunismo y libre de los vicios de la burocracia y del nacionalismo?

El Che advierte: “Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo… se puede llegar a un callejón sin salida” e insiste en la importancia de elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Instrumento que debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar los estímulos materiales, sobre todo de naturaleza social.

El hombre nuevo. Los estímulos morales y los estímulos materiales. La estrecha unidad dialéctica entre el individuo y la masa. En resumen: Para llegar al socialismo una vez hecha la revolución: ¿cómo nos liberamos de las trabas del pasado?

El Che diferencia entre “vanguardia” y “masa”. La “masa”, ese ente multifacético no es, como se pretende, la suma de los elementos de la misma categoría que actúa como un manso rebaño y si, como en verdad, sigue sin vacilar a su “vanguardia”, es porque la “vanguardia” ha sabido ganarse esa confianza; ha podido interpretar los deseos, las aspiraciones del pueblo y luchado y bregado sinceramente por el cumplimiento de las promesas hechas. “Vanguardia” y “masa” es el diálogo de dos diapasones cuyas vibraciones provocan registros inéditos. Vibraciones en un diálogo de intensidad creciente hasta alcanzar el climax con un final abrupto, coronado por gritos de lucha y de victoria.

La “vanguardia” se constituye, obviamente, por hombres; hombres que, dada su dedicación total al proyecto revolucionario, preanuncian, ya, se asemejan, al hombre nuevo; el hombre nuevo sería quien, gracias a un cambio cualitativo en su individualidad, superó el conflicto entre ambiciones, necesidades personales y familiares y el bien común.

Sin dudas para muchos de nosotros el Che es el modelo contemporáneo del hombre del futuro.

Como psicoanalistas, se nos plantean dos preguntas:

  1. ¿Qué explicación freudiana puede darse para comprender al revolucionario?

  2. ¿Qué cambios psicosociales debemos alentar para reducir a un mínimo –y finalmente borrar– las diferencias entre el individuo que pertenece a la masa y el individuo que pertenece a la vanguardia?

El hombre descrito por Freud nace en el seno de una familia patriarcal de roles fijos. El hijo pequeño pretende a su madre que es “propiedad privada” del padre. (Ahí, sacando esas comillas, se vislumbra una posibilidad importante de cambio). Quiere poseerla y eliminar al padre. Por temor a éste reprime sus deseos, renuncia a ella, introyecta al padre como Super Yo (instancia Moral) y se identifica con él.

El cambio social es lento porque llevamos dentro nuestro los conceptos y mandatos de nuestros padres, a su vez formados por los conceptos y mandatos de nuestros abuelos. Pero no sólo Lenin habla de la dificultad de cambiar las costumbres. Freud, también, con esta explicación. Y así, mientras que para los marxistas la familia es la célula económica de la sociedad capitalista, para los psicoanalistas, la familia patriarcal es la base psicológica de la estabilidad y permanencia del sistema.

Además, el hombre vive, desde que nace, en la búsqueda del placer que aprende, durante su infancia, a supeditar al principio de realidad. (El reproche de idealista contra Freud se justifica, entre otros, en este terreno, porque “la realidad” no es definida como perteneciente a determinado sistema social y porque la familia patriarcal es considerada como inmutable).

Este individuo freudiano, vive en un antagonismo constante entre sus deseos y las exigencias limitativas que la sociedad le impone. También su vida, la vida del ser humano en general, consiste en una lucha constante entre el Eros y el Tánatos (entre la Pulsión de Vida y la Pulsión de Muerte) donde siempre, finalmente, Tánatos sale victorioso. Así, mientras Marx nos habla del hombre alienado del capitalismo, Freud descubre, en el antagonismo entre individuo y Estado el creciente “malestar en la cultura”

Quisiera dar otra explicación para este “malestar” que evidentemente también existe en las clases dominantes, que es característico de nuestro capitalismo decadente y se expresa en necesidad vacua de consumo, en adicción a drogas, en suicidios, depresiones, etc., de las cuales las clases dominantes no están excluidas. (Podría hablar de mayor incidencia de neurosis en la clase dominante y psicosis en la clase obrera y marginada, pero nos aleja del tema).

Vivimos en un estado constante de anomia. Anomia significa que no podemos vivir según los preceptos morales que nos inculcan desde pequeños. Padecemos de un sentimiento de culpa vago y constante porque simultáneamente nos exigen la “carrera de lobos” y el amor al prójimo. Estamos en contradicción y culpa permanente, no solamente los miembros de la clase dominante, sino también el proletario a quien impusimos nuestra doble moral.

Un autor psicoanalítico, cuyo trabajo sucumbió a un olvido tendencioso –Fritz Sternberg–1 sostiene que Freud pudo descubrir el mecanismo de la represión, referido a lo sexual, porque simultáneamente el advenimiento y sostenimiento del capitalismo impuso una represión máxima de culpa por el robo de la plusvalía. Hace para eso un análisis histórico. Describe cómo, tanto en la antigüedad como en el medioevo la explotación era abierta y aceptada. Recurre a una cita de Marx (El 18 Brumario de Luis Bonaparte, 1869) para aclarar que hasta el advenimiento del capitalismo las luchas se desarrollan entre clases dominantes, por la distribución del aporte de los dominados. No existían las condiciones para que surgiera una conciencia de clase. Por eso los esclavos, en los pocos intentos de rebelión que surgieron frente a las condiciones de vida ya totalmente insoportables, luchaban pero no por la liberación general, sino por dejar de ser esclavos, para transformarse en dueños; no para transformar la sociedad.

Recién con el advenimiento del capitalismo surge, junto con la posibilidad de que los explotados adquieran conciencia de clase, la posibilidad y necesidad en la clase dominante de negar la explotación. Esta ya no es tan visible, como en la antigüedad y en el feudalismo, porque es un mismo trabajo el que mantiene al obrero y da plusvalía al propietario de los instrumentos de producción. Además en la superestructura ideológica ya rigen los lemas de la Revolución Francesa de libertad, igualdad y fraternidad. Nace la contradicción a nivel moral y simultáneamente, por primera vez, la lucha se da por la renta y entre la clase dominante –con mala conciencia y obligada a negar el robo– y la clase dominada. Según Stemberg este aumento de la represión en general permitió a Freud, descubrir la represión respecto a lo sexual. No pudo descubrir la otra parte, porque estaba inmerso en su clase. Si lo hubiera podido, había sido un gran revolucionario: pero esto ya es otro tema.

La “clase dominante” sufre, por eso, de mala conciencia reprimida, causa de malestar y diversa sintomatología. Pero la clase dominada ¿cómo se explica que sucumba a intereses ajenos? ¿Cómo se explica que en la Alemania del ’30, por ejemplo, muchos de los obreros marxistas hayan sido seducidos por el nacionalsocialismo?

Aquí caben dos respuestas:

1) A partir del vínculo que en un primer momento tuvieron con el Fürher, basado en la doctrina aparentemente popular expuesta por Hitler. Esto generó una cierta predisposición psicológica qué impidió ver lo obvio; que eludió el dolor de la desilusión pero no permitió, cuando todavía estaban a tiempo, evitar la catástrofe.

2) Es esta “predisposición psicológica” la que explica cómo la clase dominada adopta la ideología de la clase dominante adversa a sus intereses; cómo entra la ideología dominante en la clase dominada.

Volvamos a Freud. La importancia de la primera infancia, el Super Yo, la identificación con el padre. Pasemos a Wilhelm Reich: la familia patriarcal, el autoritarismo del padre, la represión sexual de la madre; todo esto lleva al niño a ser un reprimido, es decir, temeroso, incapaz de pensar hasta las últimas consecuencias y dispuesto a someterse a un Führer autoritario, siendo a su vez el día de mañana, un padre autoritario o una madre dependiente, inhibida (que vota por la derecha). R. Laing y –también D. Lagache– nos mostraron cómo un niño es para los padres aún antes de nacer, un polo de expectativas, de anhelos e ilusiones; cómo la familia define así el lugar que tendrá que ocupar en la sociedad.

Aquí viene lo que E. Pichón Riviére describió como “resistencia al cambio”; resistencia que se apoya en dos ansiedades específicas: la ansiedad depresiva (pena por lo conocido que se pierde) y ansiedad paranoide (miedo a lo desconocido que se avecina). Aquí vendría, también, mi concepto de que la necesidad de la propiedad privada es inducida en el niño a través del primer vínculo exclusivo con la madre y de su amor posesivo. Y es posesivo, no tanto por lo “biológico” que equivale a decir “natural y por eso inmutable”, no tanto por la dependencia generada por la total indefensión del cachorro humano, sino porque la mujer, excluida generalmente del proceso de producción, pone en el niño, único producto visible y perdurable de ella, todas sus necesidades.

Después entra el padre en la relación madre-hijo, con sus celos, pero también con su exigencia de que el hijo lo continúe. El padre se liga menos porque, aunque alienado, participa del proceso de producción. Pero se liga más en los países capitalistas de gran explotación, por el desgaste rápido que sufre. (Aquí, en la Argentina, se hicieron investigaciones en el Instituto de Medicina del Trabajo que indirectamente vienen al caso. Llamó la atención de los investigadores que obreros de 30, 35 años ya se sientan tan desgastados física y psicológicamente que todo su “proyecto vital” está desplazado en los logros (en la carrera de lobos) que esperan de y para sus hijos.

En resumen: desde ya que el cambio de las masas es un cambio lento y dialéctico, pero para que sea definitivo se necesita un cambio fundamental en la estructura de la familia patriarcal y en el sistema de crianza.

No obstante el cambio se da y se dio antes. Y, obviamente, existe una vanguardia y existe el Che.

¿Qué factores permiten, hablando siempre en términos psicoanalíticos pocos usados, salirse de algo que, tomando a Freud, Reich, Lagache y Laing, parece un círculo cerrado?

El Che define, en su trabajo, como la masa se vuelve revolucionaria. Es gracias a la experiencia y gracias al vínculo con un líder auténticamente revolucionario que expresa anhelos, que no defrauda, que interactúa con ellos, etc. Pero, hablando psicoanalíticamente ¿cómo puede describirse lo que pasa en la masa tanto en el diálogo con el líder revolucionario, como en sus momentos y acciones heroicas?

En síntesis: ¿qué es lo grandioso e inolvidable de una experiencia de masas? Freud describe en Psicología de las masas y el análisis del yo el proceso, como principalmente basado en la identificación de todos con el líder y en la sustitución del super yo individual por él. El ocupa ahora el lugar del Ideal del Yo. Además estando unidos por los mismos sentimientos hacia él, superamos nuestras rivalidades infantiles, reprimidas, condenadas ya en la infancia. Todos somos iguales. (¿Y la carrera de lobos que nos impone la sociedad capitalista? La situación de igualdad frente al líder y “la causa” nos libera de una contradicción fundamental).

Quisiera agregar algo a esta exposición de Freud. Al estar en una manifestación, por ejemplo, o al escuchar al líder en un diálogo como lo describe el Che, nos liberamos, pasajeramente de un individualismo que nos fue impuesto desde el vamos pero que es también una carga muy pesada.

La masa es valiente; sumergido en la masa el individuo se olvida de sus intereses mezquinos y hasta vitales. Aprendió desde siempre que tiene que cuidarse y progresar, para dar satisfacción a sus padres o seguridad a sus hijos, porque es propiedad de ellos y porque son de su propiedad. Recién en la masa, donde no es propiedad de nadie, porque antepone una causa común, logra una individualidad cualitativamente diferente, sumamente placentera, donde se siente liviano y hasta disminuyen las necesidades físicas básicas –hambre, cansancio– y se libera del miedo, porque está libre. Si sucumbe, la masa lo sustituirá. Esta mezcla de libertad y unión, de solidaridad, permite esta sensación, casi orgástica, que implica la experiencia revolucionaria.

El psicoanálisis es un instrumento para entender al hombre, para comprender sus motivaciones y, también, las trampas que lo limitan y lo inhabilitan para el cambio. Quiérase o no, el psicoanálisis ha sido influido por la Historia e influye, aunque los analistas puristas no lo acepten, en la ideología del paciente y, desde ya, en el público en general.

El psicoanálisis fue aceptado por la misma sociedad que reaccionó en su contra y se escandalizó, ante sus “verdades”; fue absorbido por el sistema y llegó a convertirse en su aliado. Se ha transformado en la psicología oficial y es parte útil de los aparatos ideológicos del Estado capitalista.

Pero, así como es usado por la reacción, la revolución no debería renunciar a tener en cuenta el psicoanálisis apelando a él y con él para fines más dignos. Creo, estoy firmemente persuadida, puede servir para el cambio.

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NOTAS

1 F. Stemberg. «Marxismo y represión», en Marxismo, Psicoanálisis y Sexpol. Ed. Granica, Buenos Aires, 1972.

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