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PRELUDIO A UNA TEORÍA MARXISTA DEL SENTIDO COMÚN por Jorge Veraza Urtuzuástegui

EL SENTIDO COMÚN MERCANTIL CAPITALISTA Y SUS FETICHISMOS  (a 150 años de la publicación del tomo 1 de El Capital)

Jorge Veraza Urtuzuástegui1

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Dos notas, (luego revisadas y ampliadas) que sirven de adelanto al brillante ensayo del maestro Jorge Veraza: Marx y la psicología social del sentido común, Editorial Itaca. México. 2018

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Para esbozar la estructura y la dinámica del conjunto de relaciones sociales constitutivas de la sociedad, debemos analizar su entramado disolviéndolo en las relaciones elementales que lo conforman hasta llegar a sus elementos; de suerte que al final tendríamos, de un lado, la relación elemental de un sujeto individual con otro, pero también, de otro lado, una relación individual de un sujeto posible con el dinero, así como con las mercancías. Pues en la vida cotidiana de continuo suceden un sinnúmero de situaciones en las que nos vemos involucrados en relaciones de tal naturaleza cuya suma va conformando el entramado de relaciones complejas de la sociedad arriba aludido2. En lo que sigue trataré de poner en orden dentro de lo que entendemos por la sociedad burguesa, nuestra sociedad, basada en el modo de producción capitalista, cómo está constituido el psiquismo humano. Ofreceré un esquema de la subsunción de la psique bajo el capital mediante el fetichismo de la mercancía y sus desarrollos.

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Para hacer la reconstrucción del psiquismo humano sometido al capital dentro de la sociedad burguesa, veamos momentáneamente la forma más desarrollada de este sometimiento, la subsunción real del consumo bajo el capital (SRC/K) (Veraza Urtuzuástegui, 2008); en la que, primero, tenemos un sometimiento fisiológico; y a partir de ese sometimiento se desarrolla un sometimiento de tipo psicológico. Sometimientos que estarían dimanando de la subsunción real del proceso de trabajo bajo el capital (SRPT/K)3 en la medida en que ésta además de imponer la explotación de plusvalor al obrero, produce un valor de uso nocivo. Pues el valor de uso nocivo desencadena distintos mecanismos en el metabolismo biológico humano y en el social que promueven su sometimiento. De hecho, no es, como a veces se cree, que porque nos presenta un valor de uso atractivo, el capital somete al consumo humano. Más bien, somete al consumo humano realmente porque ofrece un valor de uso nocivo. Porque este valor de uso nocivo altera el metabolismo humano. Y según que este metabolismo tiene que compensarse para lograr el equilibrio, queda atado a las determinaciones físico-químicas de dicho valor de uso.

Plantemos el ejemplo clásico al respecto: llegas a la cantina y la botana es gratis, es gratis porque está salada y picante, y, entonces, tú disuelves la sal y el picante con lo que vas pagando: la bebida. Entonces, cuanto más botana gratis comas, más vas a consumir alcohol. Esto es, un valor de uso nocivo amplía el consumo, establece un nuevo equilibrio metabólico que se va compensando en exterioridad; es decir, no por sus propios términos químicos, sino que empieza a requerir de otras cadenas químicas para poder compensarse. De hecho, después de una semana de este ping pon de botanas y cervezas, requieres de otro consumo adicional; además de curarte la cruda, ya te enfermaste y ahora requieres de medicamentos e, incluso, de cirugía. Lo que bien miradas las cosas llega a desarrollarse hasta constituir toda otra rama de la producción capitalista. Así que comenzamos con un valor de uso nocivo y, de repente, las ramas de la producción empiezan a crecer. La tendencia de la tasa de ganancia a caer empieza a ser compensada a través de la producción de nuevos valores de uso y de nuevas necesidades correspondientes, de nuevas ramas de la producción y de nuevos sitios en donde van a ser explotados los obreros con tasas de ganancia diferentes. Véase cuan importante es la SRC/K de los individuos, y de por medio el sometimiento de sus psiques, para el funcionamiento del conjunto de la economía capitalista.

De tal manera que la SRC/K se logra básicamente no por valores de uso atractivos sino por valores de uso nocivos. Adicionalmente, a esos valores de uso nocivos los pongo atractivos y añado un nuevo sometimiento que es estético e ideológico (Haug, 1974) y, luego, puede llegar a ser psicológico. Situación ésta que se diferencia de la SRC/K; la cual tiene que ver directamente con la alteración fisiológica de nuestro organismo. Pues en ella es el proceso de vida el que queda en su núcleo alterado. No solamente la dimensión periférica de la mente, de las ideas y de los significados. Si no para que queden alterados estos, primero se altera el hígado, etc., y, luego, las emociones. Hasta impactar, incluso, la posible racionalidad del sujeto.

Pero si queremos reconstruir el modo en que la psique es sometida por la sociedad burguesa, una vez vista de pasada esta situación compleja pero que nos sale al paso a cada momento en los días que corren, salgámonos momentáneamente de esta óptica de la SRC/K, en donde tenemos un valor de uso nocivo directamente proveniente de la producción, de la SRPT/K, así como, la relación de este valor de uso nocivo con la fisiología y la psicología del ser humano. Este no es el modo en que el capital domina inicialmente o primicialmente a la conciencia. El modo en el que lo hace es un modo social, no un modo tecnológico. Y comienza por someter al sentido común; de suerte que éste no es cualquier sentido común sino uno históricamente determinado: un sentido común mercantil capitalista, si lo nombramos con precisión.

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Reservorio de todos los consejos de la vida práctica cotidiana, creencias y representaciones necesarias para el curso de la misma, su ética y estética elementales y su cosmovisión, el sentido común de una sociedad se estructura –o ve formarse su arquitectura fundamental o conjunto de relaciones esenciales que lo constituyen– a partir de la forma del intercambio económico prevaleciente en dicha sociedad; pues de ella depende la unidad del conjunto social en vista de garantizar la sobrevivencia de todos. La forma potlach de intercambio usurario de dones será, pues, la que estructure lo que podríamos considerar como el sentido común propio de las tribus kwakiutl y tinglit del noroeste de los EU (Mauss, 1971); y variantes de este modelo, estructuran los sentidos comunes de las sociedades arcaicas o precapitalistas en general. Pero en la sociedad burguesa predomina la forma de intercambio mercantil y la forma mercancía se nos ofrece como la célula elemental de toda la riqueza de la sociedad burguesa, como reza y nos advierte el primer renglón del capítulo primero del Tomo I de El Capital (Marx, 1867, 1867) Ni más ni menos, la forma mercancía en tanto nudo de relaciones objetivamente sintetizadas que es y no cosa mera, estructura al sentido común mercantil capitalista y nos entrega la clave de la composición de todas sus oraciones, frases, representaciones y significados. De suerte que la psicología social del conjunto de integrantes de la sociedad burguesa queda marcada por el capital y ya por sus factores elementales, como son la mercancía y el dinero, abandonando, así, su silvestre naturalidad. Desde donde la psicología de cada individuo se encuentra subordinada y determinada en cuanto a sus posibilidades de elección, discurso, imaginación, emoción y percepción. Siendo la forma mercancía y culminantemente el fetichismo que le es inherente, el fetichismo de la mercancía, la encargada de conformar la conciencia históricamente determinada de todos nosotros. Así que es admirable la investigación de Serge Moscovici (1979) acerca del sentido común precisamente indagando en las representaciones sociales que lo integran, ejemplarmente en su célebre exploración de las representaciones que la gente común se hace acerca del psicoanálisis en tanto discurso científico (Moscovici, 1979). Pero desafortunadamente esta indagación del sentido común carece de norte y no alcanza a determinar el tipo de representaciones sociales que tiene entre manos: ni clasistas ni filosóficas o religiosas sino de sentido común, precisamente, por estar estructuradas a partir de la forma mercancía y predominar esta forma en su composición. Mientras que es la forma ganancia la que predomina en las representaciones sociales clasistas de la burguesía o la forma salario la que predomina en las representaciones sociales de la clase obrera en tanto su conciencia está sometida a las significaciones espontaneas que brotan del modo de producción burgués (capítulo 17, «La transformación del valor de la fuerza de trabaj o en salario», de Marx, 1867), etc. Y ello aunque todas estas representaciones sociales –aunque no sean de sentido común sino clasistas– no puedan sino estar básicamente estructuradas por la forma mercancía, pues pertenecientes a la cultura de la sociedad burguesa.

Siguiendo la estructura lógica del Tomo I de El Capital señalemos que es muy importante estudiarlo, también para los psicólogos, porque esa estructura lógica es así mismo la arquitectura de cómo esta construido el domino del capital en la realidad. En esta tesis recién formulada no sólo hay un juego teórico-lógico sino que sugiere que El capital de Marx es una refiguración del sometimiento real; por donde realmente en la sociedad, en los individuos, en los agentes sociales, la psique humana queda sometida al capital, primero, en la circulación de mercancías, como dijimos. Toda vez que Marx inicia su exposición por este ámbito de la economía capitalista. El evento mercancía-dinero (M-D) es, pues, el primer factor de sometimiento de la psique humana en la actual sociedad. La cual ve redondeado su sometimiento consecuentemente, primero, por el fetichismo de la mercancía (parágrafo 4to. de Marx, 1867). Fetichismo que funciona a nivel de la circulación entre propietarios privados; y que ya involucra la envidia, la ambición, el egoísmo, una serie de trasformaciones en la perspectiva experiencial que dependen todas de la propiedad privada; pues vista dinámicamente la propiedad privada, es decir, vista socialmente la propiedad privada, es mercancías que circulan y dinero que las compra. En fin, es la propiedad privada dinamizada lo que somete a la psique humana en primer lugar; y la somete como fetichismo de la mercancía. En la sociedad burguesa tiene lugar, primero, un sometimiento psicosocial de la mente humana y no directamente un sometimiento sexual, como postula Freud (1905) ni un sometimiento fisiológico como lo revela la SRC/K arriba aludida. Es un sometimiento psicosocial en donde las dimensiones sexuales están en segundo plano, están involucradas pero de modo latente.

Después del fetichismo de la mercancía y el dinero (capítulo 2, “El Proceso de Intercambio”, en Marx, 1867), tenemos en El Capital, precisamente, el fetichismo del capital (capítulo 13, “Maquinaria y Gran Industria”, en Marx, 1867), válido tanto para el obrero como, sobre todo, para el capitalista, quien le atribuye a la máquina la capacidad de producir plusvalor. La máquina es la que produce toda la riqueza y no el obrero, afirma el patrón sin recato. Y es que se encuentra prisionero del fetichismo del capital.

Luego tenemos el fetichismo propio de la fuerza de trabajo, el salario (capítulo 17, «La transformación del valor de la fuerza de trabajo en salario, en Marx, 1867). Con la forma transfigurada salario se nos ofrece una visión o representación según la cual el precio del trabajo es lo que está pagando directamente el capitalista y no la fuerza de trabajo4; por lo que, entonces, se confunde el hecho de dónde está brotando el plusvalor. Y en verdad, no sólo este del salario, sino todos los sometimientos psicosociales que ocurren bajo el capitalismo apuntan a obnubilar la explotación del plusvalor.

En efecto, el hecho de que las relaciones específicamente humanas se trastocan en la mente de los agentes sociales como si fueran relaciones entre cosas –cual es el efecto del fetichismo de la mercancía– no es sino la premisa mercantil-psicosocial, mediante la cual podemos obnubilar el hecho del plusvalor. Pues si le atribuimos a la cosa máquina la capacidad de producir plusvalor, se la quitamos al sujeto. Es así como el fetichismo de la mercancía, aunque éste no fuera capitalista directamente, es la premisa para que ocurra el sometimiento respecto del evento fundamental: ocultar el plusvalor, ocultar de dónde brota el plusvalor. Y para esto entonces, la mente humana debe quedar mercantificada, debe responder a la estructura de la mercancía en sus antinomias, en sus contradicciones internas, en su cosificación y sus en neutralizaciones. Neutralizaciones expuestas por Marx en las célebres “Formas del Valor” (capítulo 1, parágrafo 3ro., “La forma de valor o el valor de cambio”, en Marx, 1867), según una peculiar reciprocidad cruzada, equívoca. Y como los seres humanos dentro del capitalismo estamos mercantificados, nuestra reciprocidad está trastocada al modo en que ocurre la representación de las formas del valor en el parágrafo 3ro del capítulo primero de El Capital.

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En fin, tenemos formas trasfiguradas ulteriores, como la ganancia (capítulo 1, “Precio de costo y ganancia”, de Marx, 1894) y como el interés (sección 5ta., “Escisión de la ganancia en interés y ganancia empresarial”, en Marx, 1894); forma esta última de la que Marx dice que es “el fetiche automático”, “la mistificación del capital en su forma más estridente”, la “forma más enajenada y fetiche» y en la que se encuentra completamente “consumada la idea del fetiche capitalista» (capítulo 24, “Enajenación de la relación de capital bajo la forma del capital que devenga interés”, en Marx, 1894). O también tenemos la ganancia comercial (capítulo 17, “La ganancia comercial”, de Marx, 1894), y la renta del suelo (sección 6ta., “Transformación de la plusgananacia en renta de la Tierra”, en Marx, 1894). O tenemos directamente la que Marx llama irónicamente «La fórmula trinitaria» –ya en el capítulo 48, “La Fórmula Trinitaria”, del Tomo III de El Capital (Marx, 1894)–, según la cual el salario, la ganancia y la renta del suelo, son vistas por los agentes sociales trastocadamente, como si todos estos rubros fueran rentas, es decir, como derivaciones o frutos naturales de ciertas propiedades. De suerte que si yo soy propietario de la cosa fuerza de trabajo, recibo una renta por esta posesión natural; y como tengo una tierra recibo frutos que da la propia tierra, etc. En eso consiste mi renta; y como el capitalista tiene una propiedad privada sobre una fábrica y unos medios de producción, de esos mismos medios brota una renta naturalmente. Esta visión emanacionista, esta visión de que de la propia cosa brota la riqueza es consistente con y deriva del fetichismo de la mercancía. (Darle a la cosa papel de sujeto, de fetiche que funciona como sujeto, es decir, que es creativo y hace hechos. O sea, el objeto con forma de falo me da el poder fálico, me confiere poder; según yo creo que del objeto hay una emanación que me es propicia.) Esta perspectiva emanacionista, digo: de la propia tierra surgen los frutos y se convierte inmediatamente en dinero, de la propia máquina brotan la riqueza y así es como me enriquezco. De mi propia fuerza de trabajo (nótese que yo mismo me desdoblo, hay una esquizofrenia, yo mismo me desdoblo y veo que de mí) brota esto continuamente y así me mantengo y mantengo a mi familia, etc.

Y es muy importante que así tenga lugar la representación de los hechos, porque si yo mismo me desdoblo y me duele ese desdoblamiento, entonces yo le echo la culpa de ese sufrimiento a mi familia, no al capitalista. De mi brota y yo estoy trabajando, esta idea implica que nunca veo el hecho de la explotación, sólo veo la chinga, y que es por ellos, por mi familia, que me estoy sacrificando. Véase cómo es muy interesante esta visión emanacionista de la psique social que está arraigada en el fetichismo de la mercancía y que en todas las clases sociales se repite en sus distintas rentas y en versiones correspondientes a su condición clasista.

Ahora tenemos ya descrita una serie de fetichismos, entre los que debemos añadir el fetichismo del Estado –en el cual confluye la lucha de clases–5 como una neutralización de tipo paternalista, etc., de dichas luchas. En síntesis, aquí –al término de los tres tomos de El Capital tenemos todos los fetichismo que derivan del de la mercancía y que son formas psicosociales del sometimiento de la mente humana en el contexto de una sociedad en la que domina la propiedad privada para ocultar el hecho de la explotación y el hecho de que somos sujetos productores vivientes, etc. Y, más bien, se presenta la fuerza de la tierra, la fuerza de las cosas, la fuerza de las máquinas con capacidad creativa.

Según lo dicho, primero hay un evento psicosocial de sometimiento de la mente que ocurre a nivel de la circulación de mercancías y dinero (capítulo 3, “El dinero, o la circulación de mercancías”, de Marx, 1867), a nivel de la circulación de capital (Marx, 1885), a nivel de la competencia entre capitalistas (sección segunda “La transformación de la ganancia en ganancia media”, de Marx, 1894) o en la lucha de clases (capítulo 52, “Las clases”, de Marx, 1894), hasta llegar al Estado. Son formas de interacción muy complejas y que siempre ocurren a nivel económico, social y político. Toda esta perspectiva es la perspectiva productivista del capital, es la arquitectura del capitalismo, frente a la que hay que suponer, de otro lado, personas que son los compradores y vendedores. Pero ¿porque tal o cual persona compró o vendió ese objeto? pues porque se lo iba a comer en su casa, se lo iba a poner de gorro, lo iba a manejar como automóvil, iba a compartirlo con su familia. He aquí el hecho familiar como algo exterior a la situación de circulación de dinero y capital. Es decir, hay que suponer del otro lado de la circulación de capital, el territorio de las fuerzas productivas procreativas (FPP); hay que suponerlo del otro lado de todo este territorio que Marx nos expone en los tres tomos de El Capital. Toda vez que él está hablando del capital; y lo otro no interesa de momento, es el proceso de vida del capital lo que Marx estudia.

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En efecto, es usual escuchar acerca de las fuerzas productivas, comúnmente asumidas en su dimensión técnica o como fuerzas productivas técnicas; pero existen, también, fuerzas productivas de la humanidad que no son técnicas ni sirven para la transformación directa de objetos en vista de satisfacer las necesidades de los sujetos humanos, mayormente ubicadas en el ámbito del proceso de producción económica; sino que se encaminan a la transformación directa de los sujetos, a su formación social, ética, política y cultural y, aún, a su procreación (de ahí su nombre) o renovada producción o generación. Las fuerzas productivas técnicas las exalta el modo de producción burgués por ser productivista y obsesionarse con la explotación de plusvalor que tiene lugar en el ámbito del proceso de producción económica; de ahí el soslayamiento constante de las fuerzas productivas convivenciales, procreativas y reproductivas (prólogo de Engels, 1884) en la actual sociedad, incluso entre investigadores sociales. Evidentemente la psicología y la psicología social en particular, se ubican en el vasto territorio de las fuerzas productivas procreativas.6

Claude Meillasoux (1980), en su por lo demás excelente libro, Mujeres, graneros y capitales hace una crítica a Marx que está desencaminada, pues dice que los esquemas de reproducción en El Capital de Marx, en el Tomo II “El proceso de circulación del capital”, tienen un problema: muestran cómo se reproduce el capital y los obreros en el consumo pero Marx no presenta los esquemas de reproducción de la clase obrera; sino sólo la reproducción del capital. Y hay que contestarle a Meillasoux simplemente que el título del libro en cuestión es El Capital, no es El obrero. Y entonces queda fuera de la exposición la reproducción de los obreros. “Háganle como puedan”, diría el capitalista hipócritamente; porque, claro, ese háganle como puedan, luego se convierte en sometimiento real, en marginalidad, se convierte en migraciones, se convierte en represión policiaca. Así que no es como quieran o como puedan, sino que: ¡ahí les voy a caer encima! En todo caso, a las que alude Melliasoux, son otras determinaciones que no dependen de la acumulación directa del capital; sino que son determinaciones sociales, políticas, estatales, etc. Y tendrían cabida en otro libro distinto.

Prevalece para nosotros el hecho de que en psicología tenemos que ver que la dominación primera es la que proviene del hecho circulatorio: circulación de mercancías y circulación de capital; misma que pasa por la producción (sección segunda, “La rotación de capital”, de Marx, 1885); y que luego se determina más concretamente como competencia, como lucha de clases, etc., en donde están en juego –conformando al sentido común de la sociedad burguesa– todos los antedichos fetichismos. Pero del otro lado está la formación directa de los sujetos en sus familias, que involucra una determinación sexual, una psicología que tiene que ver con la sexualidad de las gentes; y en la que Freud mucho abundó. Así las cosas, tenemos que ver cómo es que este lugar familiar queda determinado por el otro ámbito, el ámbito circulatorio mercantil-dinerario; en el que suceden y quedan sometidos los diversos mensajes sociales de los que depende regularmente la sobrevivencia de los individuos y de la sociedad. Es decir, que la circulación de mercancías y de capital conlleva una circulación y producción semiótica correspondiente. Así que, tenemos que observar cómo es que regresa el propietario privado padre de familia con una canasta de bienes para su familia pero ya determinada su conciencia por la circulación y por los fetichismos aludidos, y por lo que es mío y tuyo, por lo que es del capitalista y de lo que dicho propietario privado en funciones de padre carece. Y entonces con qué actitud entrega esta canasta de bienes y la comparte. De suerte que se suscita el quien manda soy yo, y el ¿qué porqué mando? porque pongo la lana. Y pongo la lana, porque me enajenaron la fuerza de trabajo etc.

Este hombre ya no ve claramente quien es el enemigo principal y quien, en todo caso, es el enemigo secundario o el amigo posible; ya perdió noción. En medio del juego interactivo circulatorio y semiótico ya perdió. Y esto mismo va a quedar grabado en la relación entre estos dos personajes que son los papas de los niños. Niños que quedan inmersos y habrán de ser formados en familia con una represión sexual peculiar. Toda vez que el hecho procreativo sigue vigente en la sociedad burguesa, las FPP quedan formadas de acuerdo a esta represión sexual que va a ser instaurada de cierto modo en referencia al capital, al dinero, etc., y a los distintos fetichismos a los que aludí anteriormente. Transfiguraciones que papá y mamá, como propietarios privados, proyectan sobre sus infantes. Al respecto la investigación decisiva la ofrecen Sigmund Freud y, sobre todo, Wilhelm Reich7, en La psicología de masas del fascismo. Me refiero a la segunda determinación del sometimiento del capital, la psicosexual no la que ocurre con elementos no directamente sexuales, aunque algunos elementos sexuales se jueguen en la competencia y entre las mercancías que se compran y venden.

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Primero, hay un sometimiento psicosocial de la mente humana, que ya recorrimos y que sigue la estructura de El capital. Luego, hay otro, implicado que es segundo dentro de la estructura de dominación del capital. Se trata de la génesis de un niño, y de cómo se va volviendo neurótico, por ejemplo. Respecto de la cual, Freud primero se fijaría en sus padres, no se fija en el dinero, no lo ve. Lo verá hasta que aparezca en los sueños del niño y aparezca como significante-amo, si usamos la terminología de Lacan. Lo verá hasta ese momento; pero ocurre que el sometimiento de la mente de la sociedad y del individuo no se opera en este orden, sino, primero, en términos psicosociales mercantil dinerarios. Y son los padres los que ya bien cargados, ya bien determinados por las interacciones mercantiles, recaen sobre el infante y lo van formando de acuerdo a esta determinación psicosocial, eso sí, siempre traducida a términos sexuales y emocionales, de principio del placer y de torcimiento del mismo, etc.

Es Wilhelm Reich (1933) quien investigó mayormente el ámbito de la represión sexual dentro de la familia hasta producir fascismo, hasta producir una psicología de masas; no de cualquier masa, sino de unas masas vueltas fascistas; sometidas desde su sexualidad y previos todos los fetichismos y trasfiguraciones aludidos (que desafortunadamente Reich no tematiza), incluidos ambiciones y egoísmos. Unas masas que ya no se comportan como masas que quieren liberarse sino que votan por el amo, ósea al revés. En acuerdo a un torcimiento de Eros sorprendente.

En tercer lugar, después de esta determinación psicosocial de la mente humana, que parte del fetichismo de la mercancía y que llega hasta el fetichismo del Estado, y que, en segundo lugar, ocurre como una formación de nuevos sujetos que para constituirlos en esta barbarie mercantilizada, se lo hace mediante el torcimiento de su sexualidad y de su principio de placer; y por ahí, de su identidad, de su yo. En tercer lugar, digo, llegan los valores de uso nocivos que dimanan de la producción y son consumidos, destruyen la fisiología y destruyen –ahora de vuelta– el psiquismo humano en un sentido tanático, en un sentido de famelización de los sujetos y erotización de las cosas. Sujetos vistos como objetos que satisfacen el hambre y objetos vistos como sujetos que producen goces eróticos, como los que los sujetos se procuran entre sí. Aclaremos el punto.

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El fetichismo de la mercancía se presenta como una cosificación de las relaciones sociales y una simultánea personificación de las relaciones cósicas. Es decir, en la vida cotidiana y, sobre todo, en las interacciones del intercambio mercantil, los agentes sociales, hombres y mujeres de todas las edades, perciben las relaciones entre sus cosas mercancías como relaciones sociales, como un entrar en contacto social y, así, como si se tratara de una relación entre personas; mientras perciben, simultáneamente, su relación como personas, como intercambiantes –por ejemplo como comprador y vendedor– como si se tratara de una relación entre cosas, pues ellos mismos son propietarios privados que se excluyen recíprocamente así que vinieron al mercado a intercambiar cosas, no a establecer un vínculo personal, esto es, social. Este doble espejismo psicológico constituye al fetichismo de la mercancía. Pero sobre la base del desarrollo de la SRC/K, surge en la sociedad burguesa mundializada actual un fetichismo de las relaciones sociales el más desarrollado posible y que he denominado fetichismo cósico. El cual consiste no en la cosificasión de las relaciones sociales sino en la famelización de las personas; y no en la personificación de las relaciones entre cosas -como sucede en el fetichismo de la mercancía- sino en algo más complejo y desarrollado, la erotización de las cosas. Esto es así debido a que el valor de uso nocivo que consumimos en el contexto de la SRC/K genera el efecto de tener que compensar su exceso o su carencia en vista de lograr el equilibrio metabólico necesario para nuestra sobrevivencia, sí, produce el efecto de tener que intentar compensarlo en exterioridad a través o mediante una serie abierta de consumos de nuevas cosas que compensan el desequilibrio provocado por el valor de uso nocivo, al tiempo en que cada valor de uso nocivo adicional que consumimos intentando compensar el desequilibrio, genera un nuevo desequilibrio en otro aspecto. De suerte que el efecto general es el de que necesitamos un lleno de cosas para satisfacernos o por lo menos intentarlo sin jamás lograrlo. En tal emergencia, cada cosa aparece redimensionada con la facultad imaginaria de producirnos una satisfacción absoluta, como si de una relación sexual con otro sujeto humano se tratara -la cosa queda erotizada- al tiempo en que la otra persona es vista como un mero instrumento para obtener el referido lleno de cosas; y él mismo, en tanto sujeto que satisface nuestras necesidades sexuales y emocionales, queda rebajado a instrumento intercambiable, como cosa de la que tenemos hambre, la comemos, nos llena y pronto requerimos de otra cosa análoga para satisfacer esa como hambre de gentes que nos ataca. Ocurre, pues, una famelización de las personas. Y ese doblete –erotización de cosas y famelización de personas– no sucede, primero, por un efecto psicológico neurótico, sino como efecto fisiológico con base en el cual podrá anclarse, después o simultáneamente en nosotros esta o aquella neurosis o cualquier otra patología psicológica. Pero ¿por qué hablamos más arriba de que todo esto ocurría siguiendo un sentido tanático, así que implicando una tanatización de la experiencia?

Porque el estar famelizando a los sujetos y erotizando a las cosas continuamente o como modo de vida, no puede sino volver la vida imposible por equívoca. O sea, siempre la vas a cagar, siempre te vas a ir chueco. Propones una cosa y sale otra. Entonces terminas con una gran frustración, auto-devaluación y gran resentimiento hasta la muerte. Y yo también me aburro, constata Charles Baudelaire así la textura de la modernidad en Las flores del mal; modernidad que en un inmenso bostezo pleno de Spleen parece engullir toda la realidad (Berman, 1982). Y es ahí que aparece este Thanatos, hijo de la erotización objetual y de la famelización subjetual, no como principio de muerte, a lo Freud (1920), es decir, no como hecho principal sino como una formación reactiva, como le critica Reich (1949), como un torcimiento de Eros fisiológicamente generado y conductual psicológicamente confirmado. Lo digo así para dejar implícita por lo menos una crítica al Freud del principio de muerte.

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De modo que así reconstruidas las cosas, tenemos ante nosotros una vivencia, una situación concreta como la que efectivamente experimentamos en la actualidad. En donde habrían los siguientes planos de determinación del sometimiento de la mente bajo el capitalismo: primero, tenemos a la circulación de la mercancía y el capital; luego, a la circulación libidinal dentro de la familia, y de los cuerpos de los propietarios privados; y, finalmente, este sometimiento de la mente directamente fisiológico que viene determinado por los valores de uso nocivos que alteran el metabolismo humano total incluido el metabolismo emocional y mental. Y, ahora, este último se convierte en dominante. Pero no porque sea dominante olvidemos los planos que lo sostienen; por eso los hemos reconstruido en lo que antecede.

Y a este respecto ¿qué decir del significante amo, aludido más arriba? Que en el discurso y la terapia Freud (1917) lo considera en un segundo momento, después de la represión sexual, por ejemplo, en los sueños que nos presenta el paciente (Freud, 1900), pero sin observar directamente dimensiones psicosociales de sometimiento de la mente que son previas y que Marx si registro muy puntualmente. En realidad, el dinero como significante-amo no es primero sexual; luego es que se carga de sexualidad. Primero es esta dimensión económico social fetichista en la que está implícita ciertamente la sexualidad; y según la cual, yo confundo sujeto con objeto y cosifico relaciones sociales y personifico a las relaciones entre cosa, etc. Esta prioridad psicosocial del dinero en el proceso de subordinación de la psique bajo el capital por sobre el sometimiento psicosexual de la misma, lo ha captado el Marqués de Sade a la perfección en la conformación de los personajes de sus novelas considerados como monstruos despótico libertinos (mdl); un Blangis o un Dolmancé o la propia Juliette, hermana de Justine, en los que la pasión sádica no combina simplemente agresión y amor –cual es la interpretación dualista de Freud acerca del sadismo– sino a ambos presididos por el dinero y el poder. Siendo el dinero el que imprime la dinámica de mal infinito, de imposible satisfacción, en la experiencia del mdl, no importa cuanto mate y cuanto haga sufrir. Mientras que la estática dupla freudiana amor/agresión no tiene la capacidad dinámica de la triada sádica (dinero/ amor/ agresión) y no tiene, entonces, la potencia como para trastocar la naturaleza en un mal infinito y al ser humano en máquina de producción ampliada de displacer (Veraza Urtuzuástegui, 2011), que resentida procede a destruir sádicamente todo lo viviente.

Es este un aspecto consustancial a un modo de producción y de vida como el burgués que es productivista y basa su desarrollo en la continua explotación de plusvalor relativo y la consiguiente innovación tecnológica continua. De suerte que las fuerzas productivas procreativas están arrinconadas y tenidas por una nulidad. Por lo cual el dinero y su circulación garantizan la vida social según la ecuación falaz constitutiva de la estructura del modo de producción capitalista denunciada por Marx en la sección tercera del tomo II de El Capital, según la cual circulación de capital es lo mismo que reproducción de capital y esta lo mismo que reproducción social, por donde circulación de capital es lo mismo que reproducción de la sociedad. Así que todo sucede como si el cambio de lugar y de forma (circulación) fuera lo mismo que la transformación cualitativa y metabólica de los valores de uso por cuenta de los sujetos humanos (reproducción). Y como si lo muerto (la cosa) fuera lo mismo que lo vivo (los seres humano en particular los obreros). De ahí la preponderancia objetiva dentro de la sociedad burguesa del dinero en tanto instancia de subordinación de la psique al capital.

Mientras que la preponderancia tecnologicista y productivista dineraria funciona en el contexto de la propiedad privada generalizada; y por ende, según una condición de cosificación, atomización y extrañamiento constantes respecto del ámbito de las fuerzas productivas procreativas. Así que la esfera familiar parece ser autónoma respecto de la económica mercantil y productivo capitalista y viceversa. Esto explica la equivocación de Freud de priorizar –contra toda lógica– al interior de una sociedad productivista y mercantil dineraria la cuestión familiar sexual, tan exaltada, eso sí, en sociedades precapitalistas como las que estudió Freud con más tino en Totem y tabú (Freud, 1912), y, de hecho, prioritaria antropológicamente hablando.

Consecuentemente, segundo dijimos en el inciso 2., en la sociedad burguesa la esfera del sentido común –en la que se ponen juego los antedichos fetichismos– el sentido común, cuya estructura psicosocial está determinada por la forma mercancía, es prioritario respecto a la esfera psicosocial o de sometimiento de la psique al capital, conocida como “primera socialización” o ámbito familiar y de constitución del sujeto social a partir de su nacimiento; y sobre la que Freud basó el psicoanálisis.

 

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REFERENCIAS

Berman, M. (1982). Todo lo sólido se desvanece en el aire. Ciudad de México: Siglo XXI, 2001.
Engels, F. (1884). Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Ciudad de México: Fontamara, 2010.
Freud, S. (1900). La interpretación de los sueños, Madrid: Alianza, 1974.
Freud, S. (1905). Tres ensayos sobre la sexualidad. Madrid: Alianza 1972.
Freud, S (1912). Totem y tabú. Madrid: Alianza, 1972.
Freud, S. (1917). Introducción al Psicoanálisis, Madrid: Alianza, 1972.
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EL DOMINIO DEL CAPITAL INDUSTRIAL Y EL FETICHISMO GLOBAL QUE LO ENMASCARA: PARA UNA TEORÍA MARXISTA DEL SENTIDO COMÚN8

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En lo que sigue veremos que en el objeto teórico de El Capital se exalta por dos veces el dominio del capital industrial en la sociedad burguesa: una vez para reconocerlo como si comúnmente fuera un punto ciego de nuestra conciencia, y otra vez en vista de negarlo revolucionariamente sobre la base del previo reconocimiento de su existencia. El tomo primero de El capital es por antonomasia el que demuestra la vigencia de dicho dominio al tiempo que denuncia su encubrimiento. Tema este último que es el que desarrollaré en este artículo. Me he ocupado de él por décadas, estudiando el sentido común contemporáneo, del que expondré la teoría que sobre el mismo he desarrollado, partiendo de la teoría del fetichismo de la mercancía expuesta por Marx en el capítulo primero del tomo I de El Capital. Comencemos, pues, formulando el objeto teórico de El Capital.

El objeto teórico de El Capital de Marx, en tanto Crítica de la Economía Política, en sus tres tomos, es nada menos que el análisis del modo de producción capitalista, su reproducción y desarrollo en tanto condición de posibilidad de la revolución comunista, es decir, en tanto medio de producción histórico para la producción de dicha revolución. Marx observa al capitalismo como condición de posibilidad de la misma no de forma pasiva, sino en un sentido praxeológico y, por eso, como medio de producción histórico de la revolución comunista (Veraza, 2007). De manera que lo específico del modo de producción capitalista consiste en que está dominado por el capital industrial, y este dominio abre toda una nueva época en la historia de la humanidad a partir de la que es posible transitar desde lo que Marx denomina la “prehistoria de la humanidad” (Marx, 1859) –misma que incluye a la sociedad burguesa o modo de producción capitalista– hasta la “verdadera historia humana”, donde esta última inicia con el triunfo de la revolución y la instauración de la dictadura del proletariado. Así pues, el modo de producción capitalista visto como medio de producción de la revolución comunista, tal es el objeto teórico de El capital, objeto que incluye la dilucidación del dominio del capital industrial.

Pero por antonomasia es el tomo primero de El Capital (Marx, 1867), aquel que incisiva y esencialmente trata del dominio del capital industrial en el modo de producción capitalista. Ya que el tomo II (Marx, 1885) supone esta demostración y la consolida; mientras el tomo III (1894) le da redondeamiento, pues Marx llega a formular su ley de desarrollo y a contra-argumentar cualquier prevención o apariencia de que el capital industrial no fuera la relación de producción dominante del modo de producción capitalista sino, por ejemplo, el capital financiero o los terratenientes, etc.

Por eso, lo primero a decir si hablamos hoy acerca de El Capital y en especial del tomo I, es lo siguiente:

1

Hemos presenciado dos crisis auténticamente mundiales de superproducción que demuestran la vigencia plena de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia que es la ley de desarrollo del capital industrial y por ende –frente a toda apariencia en contrario– del dominio del capital industrial, que no es otra cosa sino el centro argumentativo de El Capital y, por antonomasia del tomo I. Y allí encontramos la demostración rigurosa de la explotación del plusvalor (pv) a la clase obrera por parte del capital industrial como núcleo fundamental de dicho tomo. Que es uno de los grandes aportes de Marx, como bien lo hiciera notar Lenin (1913) en su célebre artículo: Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Las cuales son, a saber: el pv, la dictadura del proletariado como culminación de la lucha de clases y la dialéctica materialista.

2

¿Que por qué es tan importante establecer que el capital industrial domina en la sociedad burguesa y, precisamente, con base en la explotación de plusvalor a la clase obrera?

Para el comunista Marx, se trata de señalar al enemigo fundamental del proletariado en el contexto de la incruenta lucha de clases que tiene lugar en dicha sociedad. Justamente, denuncia cómo es que dicho dominio se sustenta mediante la explotación del pv al proletariado.

En efecto, en medio de la opresión y de la lucha, es decisivo para el esclavo saber quién es el amo y cómo es que domina; pues, sólo así, el combate contra el mismo tiene viabilidad y posibilidad de triunfo. No obstante, si el esclavo piensa que el amo es el rey o el presidente de la República o los terratenientes o la pequeña burguesía o los banqueros o el narcotráfico, entonces alude y combate sólo miserias, lacras y cadenas reales de la vida cotidiana, pero secundarias; sin lograr atentar siquiera contra los fundamentos de su situación de esclavitud. Y si bien el esclavo supera el conformismo al lanzarse a luchar, terminará frustrándose por continuamente equivocar el blanco, pues su lucha no recaerá contra el verdadero amo.

3

Ahora bien, ¿quién explota el pv de los miles de millones de obreros del orbe sino el capital industrial en las distintas y muy diversificadas ramas de la producción social, sea de medios de producción sea de consumo? ¿Quién es el principal responsable de la contaminación ambiental y del devastador cambio climático sino el capital industrial petrolero, gasero y carbonero, así como el generador de energía nuclear; de los que depende el funcionamiento de millones de automóviles y millones de industrias de toda índole –resaltantemente las productoras de pesticidas y agro industrias– que se enriquecen explotando obreros mientras sus productos destruyen las condiciones de vida en el planeta? ¿Quién promueve que todos los gobiernos del orbe, descollantemente el de Estados Unidos y el de China, obstaculicen el combate eficaz contra el calentamiento global y la contaminación mientras implementan políticas ambientales sólo cosméticas y que tienden a culpabilizar a los ciudadanos y al ser humano en general del deterioro ambiental, simplemente por ser humano? ¿Quién si no el capital industrial sin que nadie logre amarrarle las manos? ¿Quién vomita comida chatarra, fast food, PVC y comida normal, cada vez más normalmente degradada, así como ropa de fibras sintéticas, materiales de construcción arquitectónica y urbanística dañinos para la salud y, de hecho, toda la caterva de valores de uso nocivos que nos salen al paso por todos lados y a toda hora, destruyendo nuestras células, tejidos, órganos y emociones, así como nuestros raciocinios de toda índole, de modo que la crisis económica mundial se conjuga con la crisis ambiental y, ambas, con la crisis alimentaria y de la salud, etc.? ¿Quién si no el capital industrial ocupado en todos estos rubros y siempre afanado por maximizar sus ganancias a toda costa? ¿Quién domina el mundo sino el capital industrial; aunque se repita en los medios masivos de comunicación y en libros especializados de economía que son el capital bancario y financiero, los chinos o los narcos, agentes económicos todos ellos que de ningún modo podrían provocar tales degradaciones y devastación mundial?

Y ese es el punto, que el dominio del capital industrial logra ser encubierto de mil maneras, no sólo por los mass media. Más aún, su dominio económico eficaz incluye las instancias que lo enmascaran para, así, mejor dominar; instancias que son nada menos que los fetichismos propios de la economía capitalista.

4

Karl Marx se percató de ello una vez embarcado en la dilucidación de la enajenación capitalista, en primer lugar, la estatal (Marx, 1843), y, posteriormente, la laboral (Marx, 1844). Por consiguiente, fue construyendo los dispositivos críticos de su discurso para identificar dichos encubrimientos, al mismo tiempo que daba cuenta de la estructura esencial del dominio del capital industrial y de su funcionamiento real. Concluyendo que: a la toma de conciencia acerca de la explotación y el dominio capitalistas, debía aunar la denuncia de todos los mecanismos que la enmascaran y detrás de los cuales se parapetan dicho dominio y explotación, esto es, tenía que denunciar toda la enajenación capitalista, la real y la mental.

Y bien, ¿cómo procede al respecto Marx en El Capital y en particular en el tomo I de dicha obra?

5

El tomo I de El Capital, publicado en 1867, es el último de los tres tomos –y de hecho, cuatro, si contamos las Teorías sobre la Plusvalía (Marx, 1861-1866); toda vez que Marx preparó el tomo I para su publicación, modificándolo ad hoc sólo una vez que tuvo ante sí toda la obra terminada. Que esta conformada por: la producción de capital, tratada en el tomo I, inclusivo en el plan de 1866 de un resumen titulado por los editores Capítulo VI inédito (Marx, 1866) que serviría de puente para arribar al tomo II, dedicado a la circulación de capital; para luego pasar a explicar la producción global del capital en el tomo III; y la teoría crítica sobre el plusvalor, que será tratada en el tomo IV. Por consiguiente, los primeros tres tomos analizan la economía política de la sociedad burguesa en su realidad, mientras que el tomo IV aborda la teoría económica sobre dicha realidad. Teoría, de hecho teorías en plural, combatida por la crítica puntual de Marx a diversos autores, contrastándola, por un lado, con la realidad económica burguesa, que dichas teorías falsean; así como, por otro lado, con la coherencia requerida por un discurso científico, de la que dichas teorías carecen en puntos decisivos, dado que la conciencia de dichos autores se encuentra prisionera de los efectos de las relaciones sociales de producción y circulación de la sociedad burguesa, que tienden a encubrir la realidad; es decir, por los arriba aludidos fetichismos propios de dichas relaciones.

De suerte que la presentación de Marx de la crítica a dichas teorías en el tomo IV de El Capital, demuestra que se encuentran efectivamente prisioneras de las instancias aludidas, así como la eficacia de las mismas; que en el previo recorrido del análisis de la realidad económica burguesa a lo largo de los tres tomos de El Capital, fueron reconocidas como fetichismos y formas transfiguradas varias. Y que han tenido la suficiente potencia como para lograr distorsionar sistemáticamente no sólo la conciencia de los agentes sociales comunes y corrientes sino, incluso, la conciencia de los estudiosos economistas políticos tanto clásicos como vulgares, sin permitirles refigurar adecuadamente la realidad a nivel teórico. Con lo anterior la modalidad crítica científica del discurso ensayada por Marx en su obra, queda perfectamente justificada ante la eficacia de los mencionados fetichismos y formas transfiguradas del valor y del plusvalor. De ahí el título general de la obra: El Capital. Crítica de la Economía Política. Es decir, ciencia de la realidad económica que establece qué es el capital, con la condición de que dicha ciencia se comporte crítica respecto de la economía política real y pensada, en especial respecto de los aludidos fetichismos constitutivos de dichas relaciones clasistas.

Por eso el tomo I de El Capital (Marx, 1867) señala y explica la existencia de los cuatro fetichismos fundamentales: el de la mercancía (en el capítulo 1), el del dinero (en los capítulos 2 y 3), el fetichismo del capital (en el capítulo 13) y el de la mercancía fuerza de trabajo o forma salario (en el capítulo 17).

Como se ve, a cada relación esencial constitutiva de la base económica burguesa –las mercancías, el dinero, el capital y el salario– le corresponde un fetichismo que logra distorsionarla ante la conciencia de los agentes sociales, incluidos los economistas. El encubrimiento de la explotación de plusvalor y de la enajenación social son el resultado clasistamen- te interesado de la operación de los referidos fetichismos; pues la síntesis de estos cuatro fetichismos tiene lugar en el proceso de reproducción simple y ampliada de capital (Sección séptima de Marx, 1867) de tal manera que, en las conciencias de los agentes sociales, la ley capitalista de apropiación del trabajo impago aparece como ley de apropiación del trabajo mediante el pago de un equivalente (capítulo 22 de Marx, 1867). Por lo cual, tenemos que un sentido común y una mirada de clase o bien burguesa o bien proletaria, son constitutivas o inherentes a la dinámica de la base económica burguesa. Y es este un doble aspecto decisivo y original de la Crítica de la Economía Política (CEP) de Marx que llama la atención: la correspondencia de su carácter crítico con la existencia de fetichismos objetivos a combatir; así como la necesaria imbricación de unas relaciones económicas prácticamente sometientes con una psicología social sometida de modo fetichista.

Desafortunadamente los economistas marxistas –salvo raras excepciones– intentan analizar la realidad capitalista con intención revolucionaria y denunciativa pero pasándoles desapercibidos los referidos fetichismos; así que tienen una intención crítica pero que es vencida por la realidad y, finalmente, resultan ser acríticos respecto de la misma, contra su voluntad.

6

En efecto, puestos ante la realidad cotidiana de la moderna sociedad burguesa, nos topamos con un fenómeno sui generis: la presencia recurrente de una ficción, consistente en que el dinero crece por si mismo enriqueciendo a su poseedor; por lo que, de prestarlo a otro, éste debe cobrarle intereses, pues el otro verá crecer el dinero que le prestan tan sólo por entrar en posesión del mismo. Poseedores de tan poderosa y mágica sustancia, los banqueros y financistas en general, no pueden sino detentar el dominio de la sociedad burguesa en la conciencia así fetichizada de los agentes sociales. He aquí el fetichismo del capital a interés (sección quinta de Marx, 1894), cuya fórmula Marx refiere así: D-D’, dinero que por sí mismo se convierte en más dinero sin mediación ninguna. Y, efectivamente, según esta ficción se comporta prácticamente todo mundo, como si fuera real. Así que unos a otros los agentes sociales se prestan dinero cobrando intereses por ello. La cosa dinero crece como si estuviera viva y como si fuera un sujeto, que como tal poseyera un poder creador. Así lo creen los agentes sociales y según ello se comportan; de suerte que la realidad toda parece efectivamente comportarse según este absurdo. Tal es el fetichismo culminante de la base económica burguesa, dice Marx. Exponiéndolo en la sección quinta –y en su continuación– del tomo III de El Capital. En efecto, lo caracteriza así: “el fetiche automático”, “la mistificación del capital en su forma más estridente”, la “forma más enajenada y fetiche” y en la que se encuentra completamente “consumada la idea del fetiche capitalista” (capítulo 24, sección quinta, de Marx, 1894). Y logra revelarnos su secreto, permitiendo, así, que reconozcamos detrás del mismo el dominio del capital industrial con base en la explotación de pv a la clase obrera. Nada de que el dinero crece por si sólo; sino que crece al añadírsele cada vez una cierta cantidad del plusvalor explotado a dicha clase. Nada de que el capital financiero domina, sino que sirve al capital industrial en su empresa explotadora de la que recibe una porción: el interés.

La cuestión para Marx consiste en cómo combatir este fetichismo complejo y culminante que distorsiona a tal grado la realidad y de tal manera que el brutal dominio del capital industrial sobre la sociedad entera y mayormente sobre la clase obrera, queda ocultado al proponerse en sustitución y de un modo fetichista el dominio del capital financiero. Es decir, al proponerse un imposible pero que parece lo más posible si aceptamos la fórmula D-D’ como verdadera, como si revelará la esencia del fenómeno llamado relación social capital a interés. Es decir, como si nos olvidáramos o, de plano, no viéramos para nada el sustrato que le da sentido: la explotación de plusvalor a la clase obrera, base marmórea del dominio del capital industrial.

Pero precisamente esta elaborada ficción es poderosa, tanto como es compleja, debido a una serie de equivocaciones previas inducidas acumulativamente en la conciencia de los agentes sociales por diversos fetichismos desde los más simples hasta los más complejos, aunque menos que el del capital a interés. Y por eso, porque la realidad toda del modo de producción burgués presenta la textura que nos revela el tomo III de El Capital y que culmina en un fenómeno como el del fetichismo del capital a interés que es omniabarcante, por eso, precisamente por eso, es que Marx escribe los dos tomos previos para revelar la esencia de dicha realidad a fin de desestructurar la consistencia de la realidad fetichizada o transfigurada cuya piedra clave es el fetichismo mayor, el del capital a interés. Y por eso es que Marx deconstruye el fetichismo del capital a interés en los fetichismos cada vez más simples que lo constituyen. De manera que, estos fetichismos estructuran básicamente al sentido común que priva en la sociedad burguesa, un sentido común que le es propio, un sentido común históricamente determinado: un sentido común mercantil capitalista, podemos denominarlo con propiedad, y cuya piedra clave es el fetichismo del capital a interés. Pues este no sólo es un fetichismo particular sino el culminante, ya que por serlo domina al resto de fetichismos y rige de modo general en todo el sentido común moderno. De tal manera que tenemos el siguiente doblete: el capital industrial domina a la realidad económica toda y a la sociedad burguesa entera, mientras que el fetichismo del capital a interés domina a la conciencia cotidiana de todos los integrantes de dicha sociedad.

7

En fin, como así están las cosas, en el tomo III y, de hecho, en la realidad, el tomo I de El Capital lo diseña Marx precisamente para mostrar coherentemente cómo es que domina el capital industrial mediante la explotación de plusvalor a la clase obrera, explotación expuesta con rigor científico por su autor. De ahí que Marx inicia por la mercancía y la circulación de mercancías y dinero, premisas estructurales de la circulación de capital y por ende de la explotación de plusvalor a la clase obrera. Y ya en el capítulo primero expone y denuncia la existencia del primer fetichismo, el fetichismo de la mercancía, en tanto resultado de la contradicción entre el valor de uso y el valor constitutivo de la mercancía. Según el cual las relaciones entre cosas son confundidas con relaciones entre personas y las relaciones sociales con relaciones entre cosas. Mientras que en el fetichismo del capital a interés todo sucede como si la cosa dinero tuviera un comportamiento de sujeto productivo creador de más valor. La familiaridad entre ambos fetichismos es evidente; y si el del capital a interés es el más desarrollado, el de las mercancías es el más simple; y por ende, la clave del secreto de aquel. Marx añade –como dijimos– a lo largo del tomo I, el fetichismo del dinero, basado en el de la mercancía; y el del capital productivo, basado en ambos; y aún –basado en los tres– el salario o fetichismo propio de la mercancía fuerza de trabajo. Así que poco a poco Marx va construyendo las mediaciones necesarias para despejar la incógnita mayor del capital a interés y la ficción de su presunto dominio. El desarrollo de la contradicción valor de uso/valor inherente a la mercancía, nos permite reconstruir la estructura esencial de la circulación de mercancías y distinguirla de la explotación de plusvalor al obrero al interior del proceso de producción (sección primera y segunda de Marx, 1867); y, además, entender el desarrollo del modo de producción capitalista inmediato o tecnológicamente considerado, conforme el capitalista persigue la explotación de plusvalor relativo (secciones tercera, cuarta y quinta de Marx, 1867).

Y más allá del pv, el desarrollo de la contradicción del valor de uso/valor le permite a Marx reconstruir la estructura esencial del salario y de la relación del obrero con el capital (sección sexta de Marx, 1867), no sólo productiva o para producir mercancías y plusvalor, sino, también, reproductiva o para producir a la relación capitalismo en cuanto tal una y otra vez (sección séptima y última de Marx, 1867). En este recorrido reconstructivo de las relaciones esenciales de la base económica de la sociedad burguesa, Marx da cuenta de los sucesivos fetichismos que brotan de tales relaciones y que condicionan o posibilitan que las mismas puedan funcionar.

De tal manera que el correlato de la base económica capitalista es ni más ni menos un sentido común mercantil capitalista. Condición de posibilidad de la tergiversación completa o transfiguración de las relaciones reales en la conciencia de los agentes sociales, hasta culminar en la piedra clave de todo el edificio de esta comedia de equivocaciones: el capital a interés y su fetichismo. Siendo éste, la relación económica más desarrollada estructurante del sentido común moderno; cuya arquitectura fundamental psíquica, discursiva y semiótica en general, se atiene ni más ni menos que a la estructura de la forma mercancía y de su fetichismo.

8

En las últimas tres décadas he estado desarrollando una teoría del sentido común capitalista; intentando distinguirla respecto de las ideologías de clase. Y que complementa a la teoría sobre las mismas. Según lo dicho más arriba, entendemos que dicha teoría del sentido común capitalista, constituye un desarrollo de la CEP en dirección a la crítica global de la sociedad, y, simultáneamente, un aporte a la psicología social, la cual, por ejemplo, con Serge Moscovici (1979), se ocupó del sentido común, aislando y analizando sus representaciones sociales, como, por ejemplo, las que se hace dicho sentido respecto a una ciencia como el psicoanálisis; y por esta vía se complejiza dicho sentido común, al tiempo en que tergiversa a aquella ciencia, no sin dejar de prestarle el servicio de popularizarla.

Moscovici logra determinar una forma de comportamiento del sentido común; pero se puede hacer más. Determinar la estructura del mismo con base en la forma mercancía y su fetichismo, y además determinar el sentido general de dicha estructura, que va desde el referido fetichismo hasta la forma transfigurada del interés financiero. Sentido que –como hemos visto– apunta a tergiversar las relaciones de dominio y de explotación en la sociedad burguesa, pues presta un servicio fundamental a la ideología dominante, a la que de continuo se encuentra sometido, con excepción masiva de los periodos de crisis de superproducción. Coyuntura en que la contradicción valor de uso/valor descoyunta toda la economía y fetichismos que –desde el de la mercancía hasta el del interés, el de la renta del suelo y el del Estado, etc.–, basados en la neutralización de dicha contradicción, no operan o ven muy debilitada su operación. De suerte que, entonces, el sentido común mercantil capitalista bascula hacia su polo de valor de uso y rompe la cadena que sobre éste ejerce el valor; de modo que, ahora, puede condicionar el desarrollo espontáneo de la conciencia de clase proletaria en un sentido anticapitalista negador de la propiedad privada y aún positiva y propositivamente socialista, que le permita a la clase obrera luchar eficazmente contra el dominio del capital industrial, una vez desenmascarada la treta que propone como amo al capital financiero. En efecto, el sentido común no siempre es conformista ni podría serlo, como se piensa en la psicología social funcionalista, dado que está basado en la estructura de la mercancía; que es una estructura contradictoria en la que la contradicción vale de uso/valor rige. De suerte que el sentido común mercantil capitalista será predominantemente conformista mientras el dominio del valor dentro de la contradicción valor de uso/valor se sostenga; pero muta en rebelde una vez que este dominio se debilita, como en los momentos de crisis económica que lo son de la valorización del capital. En tales coyunturas, en la conciencia cotidiana de los agentes sociales la creencia en que si rigen sus conductas por las reglas que impone el valor lograrán sobrevivir, satisfacer sus necesidades y aún triunfar el la vida, toda esta mascarada, estalla por los aires y consecuentemente, dichos seres humanos no ven otro camino que el del valor de uso e inician la crítica del valor y del valor que se valoriza y su dominio. Y practican simultáneamente dicha crítica.

Cabe añadir que desde esta base teórica puede superarse la teoría kautskiana, seguida desafortunadamente por Lenin (1902) en su ¿Qué hacer?, de la exportación de la conciencia socialista hacia el proletariado. Misma que supone que esta clase social es incapaz de desarrollar por si misma las ideas que le permitirían quitarse de encima las cadenas que la oprimen en vista de revolucionar prácticamente las relaciones capitalistas bajo las cuales se encuentran sometidos sus miembros; de suerte que sólo los intelectuales revolucionarios podrían construir una teoría socialista consecuente que luego exportarían hacia el proletariado. El caso es que esta teoría kautskiano-leniniana9, se atuvo a la teoría de las ideologías de clase sin poder desarrollar, a partir de la CEP de Marx, una teoría de la génesis y la estructura del sentido común mercantil capitalista. Misma que está en posibilidad de dar cuenta teóricamente del desarrollo espontáneo de la conciencia revolucionará socialista en el seno del proletariado en el curso de las crisis económicas capitalistas de superproducción, como la crisis mundial en curso desde septiembre de 2007; así como en toda crisis de la vida cotidiana.

9

Permítanme unas palabras acerca de las vicisitudes de la conformación de la aludida teoría marxista del sentido común mercantil capitalista, cuya columna vertebral nos la ofrece el tomo I de El capital, sin lugar a dudas.

La lingüística estructural de Ferdinand de Saussure (1916) postuló, desde inicios del siglo XX, la estructura del signo lingüístico como unidad de significado y de significante relacionados aleatoriamente. El propio Saussure aludió a la relación entre la circulación económica y la circulación de signos lingüísticos. Así que los estudiosos de la CEP en las décadas de los 60 y 70, del siglo XX (Faye, 1975; Goux, 1973; Derrida, 1968; Kristeva y otros, 1971), intentaron tematizar dicha relación ampliamente. Impulso que recoge Bolívar Echeverría (1986) para construir el esquema de la estructura de la forma mercancía. Ese objeto biplanar como el signo lingüístico que se diferencia, según Louis Hjelmslev (1971), entre el plano del contenido y el plano de la forma; al tiempo en que el significado y el significante lo estructuran. Así que Bolívar Echeverría puede hacer un esquema cuadricular de la mercancía también biplanar (contenido/producción y forma/consumo) y, asimismo, distribuido según una relación de expresión del significado (producto/valor de uso) mediante el significante (valor/valor de cambio). Veamos su ya célebre esquema de la mercancía (Echeverría, 1998) y el del signo lingüístico, aquel debajo de este:

LOS FACTORES DE LA MERCANCÍA

Forma Natural

Forma de Valor

Valor de uso (Vu)

Valor de cambio (Vc)

Producto (p)

Valor (v)

SIGNO BIPLANAR

Significado

Significante

Hago notar lo siguiente. Que una vez integrada adecuadamente la lingüística y el hecho comunicativo humano, para precisar la estructura de la mercancía, se posibilita realizar la relación inversa; pasar de la estructura de la mercancía de nuevo o de regreso a la de la comunicación humana, a la circulación cotidiana de mensajes en tanto determinada por la circulación de mercancías y dinero. Pero ahora esta determinación se específica como una franca subordinación del mensaje humano (lingüístico o no lingüístico) por la forma mercancía. Esta operación teórica es la que llevé a cabo en la investigación de que me encuentro dando cuenta al lector. El lenguaje como trabajo y como mercado, de Ferruccio Rossi-Landi (1970), fue inspirador al respecto.

Pero, un paso más allá del lenguaje tenemos al sentido común; pues, precisamente, la psicología social tiene como soporte las interacciones comunicativas –tanto lingüísticas como no lingüísticas– de los agentes sociales. Y si se trata de la circulación de mensajes referentes a la sobrevivencia y la vida práctica de la sociedad (sentido común), estos no pueden sino seguir el curso de los objetos prácticos de los que depende dicha supervivencia y la satisfacción de toda necesidad. Siendo la forma mercancía de los objetos prácticos, la instancia que en la sociedad actual somete la totalidad de los mensajes constitutivos del sentido común y, con ello, de la psicología social básica de la actual sociedad que anida en éste.

De suerte que, el sentido común mercantil capitalista –en cada actitud, en cada rumor, en cada refrán, en cada canción popular, en cada consejo práctico, en cada chiste y cuento de hadas o moraleja, etc., que son otras tantas de sus expresiones sociales– está estructurado por las características cualitativas y cuantitativas de los factores de la mercancía: el valor de uso, el valor de cambio, el valor y el ser producto del trabajo concreto, etc.; así como predominantemente por el valor y por la contradicción de este con el valor de uso. Factores que nos ofrecen no sólo la clave del significado de los mensajes del sentido común en cualquiera de las modalidades de este sino, también, de la composición de dichos mensajes; desde el obvio y cosificado lugar común: “tiempo es dinero”, hasta las formas expresivas más mediadas de las relaciones amorosas, la crianza infantil, la plática con el taxista sobre todos los temas posibles o las formas larvales de la crítica al sistema; así como, para retomar el aludido tema clásico, el modo en que el psicoanálisis o los transgénicos son asumidos por dicho sentido común. Cuya estructuración fundamental depende de las mercancías y su fetichismo pero que particulariza sus reglas de composición y temas con cada fetichismo ulterior al mercantil, hasta el interés usurario y más allá, sintetizándose en la “Fórmula Trinitaria” (Marx, 1894) de la ganancia, el salario y la renta del suelo, en la que los motivos ideológicos básicos de las tres clases fundamentales de las sociedad burguesa (la burguesa, la clase obrera y la de los terrateniente) se imbrican con el sentido común de la misma en su capa superior o de mayor complejidad.

Y aún podemos afinar más la interpretación estructural de los mensajes del sentido común y de su composición. Podemos concretar nuestro análisis del mismo vinculando nuestra reflexión sobre la determinación general mercantil fetichista del sentido común contemporáneo, expuesta en lo que antecede, con la reflexión de Bolívar Echeverría (1995) acerca del cuádruple ethos de la modernidad capitalista o, en otros términos, del cuádruple modo de comportamiento de los individuos sociales y de la cultura toda dentro de esta época sorprendente y contradictoria que es la modernidad capitalista. Pues los mensajes del sentido común y sus actitudes según los contextos nacionales o coyunturales, no son neutros ni homogéneos sino de estilo realista o barroco, de estilo clasista o de estilo romántico o de una combinación de estos estilos. Sin olvidar el grotesco –como variante barroca tanto reaccionario como rebelde, tanto nazi y neo-nazi como anarquizante y festivo, como se lo ha visto en todas las protestas altermundistas o de indignados y de luchas civiles antineoliberales de toda índole. Pues la teoría del cuádruple ethos o comportamiento de la modernidad capitalista, en tanto instancia sociológica no carece ni excluye las dimensiones propias de la psicología social y alude a los comportamientos básicos y cotidianos de la sociedad burguesa, reconociendo su composición a partir de la contradicción valor de uso/valor propia de la forma mercancía.

Así que, una vez construida de manera análoga la mediación teórica relativa a la comprensión del sentido común contemporáneo en tanto instancia básica de la psicología social del capitalismo, sirviéndonos de la CEP y, precisamente, como sentido común mercantil capitalista, contamos con la plataforma para asentar en ella la teoría sociológica del cuádruple ethos de la modernidad capitalista. De manera que ésta adquiere sustento psicosocial y aquella teoría, la del sentido común, adquiere instrumentos sociológicos singularizadores así como concreción analítica.

Finalmente, cabe aludir a otro aporte del desarrollo de la teoría del fetichismo de Marx para relacionarla con el psicoanálisis, cual fue originalmente la idea de Bolívar Echeverría al llevar a cabo dicho aporte. Pero es, según mi opinión, también, un aporte para la concreción de la psicología social del capitalismo. Veamos.

Se trata de la relación que Bolívar Echeverría (1986) establece entre el fetichismo de las mercancías y el fetichismo arcaico o propio de las sociedades primitivas; y que puede ser relacionado con el fetichismo sexual, explicado en clave psicoanalítica.

Por supuesto, este desarrollo de la CEP en clave psicoanalítica y etnológica, ofrece una posibilidad de diálogo del marxismo con el psicoanálisis y con la etnología. Pero asimismo permite vincular al fetichismo de la mercancía y, entonces, al sentido común mercantil capitalista en tanto instancia primera de sometimiento de la psique social bajo el capital, con aquella otra que paradójicamente es una segunda instancia de sometimiento de la psique bajo el capital: la dimensión sexual familiar. Misma que Freud (1905a) asumiera como si fuera el nivel fundante de la psique en la sociedad burguesa, como si con esta sociedad se tratara de una sociedad tradicional o precapitalista en la que predominaran las relaciones procreativas y de parentesco por sobre las relaciones técnicas y de metabolismo económico, como el mercado. Cuando que la sociedad burguesa se constituye más bien como negación de aquellas sociedades, articulándose a partir del mercado y de la producción de plusvalor explotado a la clase obrera. Sustancias respecto de las cuales la sexualidad humana y la familia son cuestiones secundarias y sometidas.

Lo cual significa que el sentido común mercantil capitalista en sus envidias, celos, ambiciones, mezquindades, desconfianzas, anhelos, solidaridades y actitudes en general, así como en sus consejos, lugares comunes, clichés, canciones y chistes, etc., efectivamente se encuentra estructurado de modo predominante por la estructura de la mercancía, con su cuantitativismo y formalismo, con su mirada cosificada y atomizada ora jerárquica ora igualitaria, por su utilitarismo y racionalismo, etc., pero, también, está estructurado por las determinaciones familiares y sexuales inconscientes que privan en la esfera doméstica (como ese “¿cuánto me quieres?” que ingenuamente le dice el amante a la amada o viceversa y que sintetiza a un tiempo a la mercancía y a Freud). Es decir, dicho sentido común, nos ofrece una doble composición o composición dualista y esquizoide10. Pues nos muestra una estructura dualista y contradictoria que reparte sus polos en territorios definidos. Por ejemplo, en emociones y actitudes que invitan a preguntar por la determinación inconsciente de las mismas; mientras que por otro lado, la mayor parte de los refranes ofrecen consejos prácticos de tipo técnico o moral, racionales y utilitarios, sin rastro de determinaciones inconscientes o que sólo se presentan en casos aislados. O, por ejemplo, el caso de los chistes, estudiado por Freud (1905b) exitosamente, en donde la dimensión inconsciente es decisiva sobre todo en los chistes rojos o subidos de tono y en los que el contenido sexual es patente e invita a preguntar por los motivos inconscientes del caso; mientras los chistes blancos generalmente carecen de algo así, etc.

Pero también encontramos rastros en el sentido común moderno de temas tradicionales y aún precapitalistas con o sin resonancias sexuales o inconscientes, tales como las fiestas populares y las que son asumidas como reventón y en todas las que se hecha la casa por la ventana, así como en los diversos desafíos machistas o en los sacrificios tanto solidarios de hombre y mujeres como en los situados en un contextos de dependencia afectiva, etc.; rastros precapitalistas heredados que permiten una mejor interpretación si nos guiamos por una noción previa del fetichismo arcaico y lo sabemos relacionar con el mercantil, etc. De suerte que tanto las situaciones carnavalescas que nuestra sociedad hereda de la Edad Media y de la renacentista, estudiadas brillantemente por Mijaíl Bajtín (1940), y en las que predomina el valor de uso por sobre el valor, como las más antiguas que giran entorno al don y, aún, a la donación dispendiosa –por ejemplo, bajo la forma modelar exaltada por Marcel Mauss (1925) en su célebre Ensayo sobre los dones, me refiero por supuesto al potlach acostumbrado entre las tribus del noroeste de Estados Unidos, kwakiutl y tinglit, etc., y que giran entorno al puro valor de uso y su exacerbación simbólica en función de una reunión comunitaria sacrificial, etc.– todos estos rastros precapitalistas heredados, nos permiten comprender los comportamientos de la vida práctica dentro de la sociedad burguesa, contextualizándolos al interior de la forzosa estructuración y determinación sometiente, que reciben de la forma mercancía.

Todos estos ámbitos mencionados, asuntos del tomo 1 de El Capital, sobre todo del fetichismo de la mercancía, son decisivos para el desarrollo de diversas ciencias sociales; y simultáneamente para el desarrollo de la CEP en dirección de la crítica global de la sociedad. La cual nos ofrece una mejor comprensión de los fenómenos y por ende de nuestra actuación transformadora revolucionaria en ellos.

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REFERENCIAS

Bajtín, M. (1940). La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Madrid, 2005.
Echeverría, B. (1995). “Modernidad y capitalismo (15 tesis)” en Las ilusiones de la modernidad. Ciudad de México.
Derrida, J. (1968) La Différance. Madrid., 1994.
De Saussure, F. (1916). Curso de Lingüística general. Buenos Aires. 1945.
Echeverría, B. (1986). El discurso crítico de Marx. México: ERA.
Echeverría, B. (1998). La contradicción del valor y el valor de uso en El Capital, de Karl Marx. Ciudad de México: Itaca.
Faye, J.-P. (1975). La crítica del lenguaje y su economía. Madrid.
Freud, S. (1905a). Tres ensayos sobre la sexualidad. Madrid.1972.
Freud, S. (1905b). Obras completas de Sigmund Freud. Volumen VIII. “El chiste y su relación con lo inconsciente” (1905). Buenos Aires.
Goux, J.-J. (1973). Ensayo sobre los equivalentes en el marxismo y psicoanálisis. Bs. As.
Hjelmslev, L. (1971). Prolegómenos a una teoría del lenguaje, Madrid.
Kristeva, J., y otros (1971). Redacción de Tel Quel. Teoría de conjunto. Barcelona
Lenin, V.I. (1902). ¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento. Moscú: Progreso, Moscú, 1962.
Lenin, V. I. (1913). Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo. Moscú: Progreso, 1962.
Marx, K. (1843). Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Obras de Marx y Engels 5. Barcelona, 1978.
Marx, K. (1844). Manuscritos filosóficos económicos de 1844. Obras de Marx y Engels 5. Barcelona, 1978.
Marx, K. (1859). Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política. México, 1970.
Marx, K. (1861-1866). Teorías sobre la Plusvalía. Tomo IV de El Capital. Buenos Aires, 1974.
Marx, K. (1866). El Capital. Libro I Capítulo VI (inédito). Resultados del proceso inmediato de producción. Ciudad de México: Siglo XXI, 1971.
Marx, K. (1867). El Capital, Tomo I, “El proceso de producción del capital”. Ciudad de México: Siglo XXI, 1975.
Marx, K. (1885). El Capital, Tomo II, “El proceso de circulación del capital”. Ciudad de México: Siglo XXI, 1976.
Marx, K. (1894). El Capital, Tomo III, El proceso global de la producción capitalista. Ciudad de México: Siglo XXI, 1976.
Mauss, M. (1925). “Ensayo sobre los dones, motivo y forma del cambio en las sociedades primitivas”, en Sociología y Antropología. Madrid: Tecnos, 1971.
Moscovici, S. (1979). El psicoanálisis, su imagen y su público. Buenos Aires: Huemul.
Rossi-Landi, F. (1970). El lenguaje como trabajo y como mercado. Caracas, 1970.
Veraza, J. (2007). Para leer El capital hoy. Pasajes selectos y problemas decisivos. Ciudad de México: Itaca.

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NOTAS

1 Con fecha septiembre de 2016. Publicado como artículo en la Revista Teoría y Crítica de la Psicología, n°9 (2017), pp.1-15. http://teocripsi.com/ .Este artculo corresponde en gran parte al Capítulo IV del libro de autor Marx y la psicología social del sentido común , ed. Itaca, (2018)
2 Jean Paul Sartre en su Crítica de la Razón Dialéctica comienza su argumentación por la necesidad y la praxis individual, prosigue observando las relaciones elementales de reciprocidad (la diada) en las que, luego, introduce al «tercero» para remitirse, después, al campo práctico material (escaso) en el que dichas relaciones se juegan. Su reconstrucción de la dialéctica de la sociedad pasa después por factores colectivos entre los que podríamos contar el dinero. Evidentemente, se trata aquí de una reconstrucción consecuente de los condicionamientos sucesivos que dan por resultado lo que se nos presenta diariamente de modo fenoménico como el «efecto de sociedad», podríamos llamarlo, al interior del cual se integran nuestras vidas. Dada la básica estructura triadica de las relaciones humana, el dinero es una institución económico que puede existir y, precisamente, cumpliendo -en tanto objeto- las funciones de «tercer», como equivalente general de los intercambios reciprocos que siempre se ofrecen elementalmente en forma diadica.
3 La subsunción formal (SFPT/K) y la subsunción real del proceso de trabajo bajo el capital son procesos correspondientes con el plusvalor absoluto y el relativo, respectivamente, en tanto productos de la explotación de la clase obrera por la clase burguesa al interior del proceso de producción capitalista. Sobre la base de estos sometimientos económicos y productivos, el capital puede erigir el resto de sometimientos sociales, políticos y culturales requeridos para el establecimiento de la entera sociedad burguesa y que garantizan la explotación del plusvalor a los obreros. Los sometimientos psicológicos y psicosociales propios de dicha sociedad encuentran, por ello, su intelección al relacionarlos con la SFPT/K y la SRPT/K. Marx expone estos conceptos en el capítulo 14 del tomo I de El Capital (Marx, 1867). Y los tematiza ampliamente en el así llamado Capítulo VI Inédito (Marx, 1866).
4 La diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo es sutil pero decisiva para la explicación de cómo ocurre la explotación del plusvalor al obrero. La fuerza de trabajo es la capacidad para trabajar; y es esta capacidad la que el obrero vende al capitalista por un salario. Mientras que el trabajo es el despliegue de esa capacidad que el obrero ya le ha vendido al capitalista; por eso no le puede vender su trabajo, porque ya le pertenece a este. Sino que se ve obligado a desplegar su trabajo hasta agotar aquello que le ha vendido al capitalista: la capacidad para trabajar, su fuerza de trabajo. De tal manera que al término de la jornada laboral el obrero ha plasmado tanto valor como el equivalente al salario que el capitalista habrá de entregarle y, además, una cantidad adicional de valor, un plus de valor o plusvalor, que el capitalista se embolsa gratuitamente sobre la base de haber entregado un salario equivalente al valor de la fuerza de trabajo. En diversos lugares, tanto Marx como Engels, han explicado esta situación de explotación que constituye el núcleo a partir del cual se levanta toda la economía capitalista y la sociedad burguesa en su conjunto (capítulo V, parágrafo 2, de Marx, 1867, y Engels, Prólogo al folleto de Marx titulado: “Trabajo Asalariado y Capital”).
5 “Las Clases” es el título del último capítulo de El Capital; el cual quedó inconcluso y cuya culminación sería la exposición del Estado –en tanto forma política del capital social– y de su correspondiente fetichismo. En otras obras Marx versó sobre el tema; por ejemplo, en La lucha de clases en Francia así como en El 18 brumario de Luis Bonaparte etc.
6 Presenté el concepto de fuerzas productivas procreativas en un ensayo de 1984: “El Materialismo Histórico en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, actualmente contenido en el libro: Karl Marx y la técnica desde la perspectiva de la vida. Para una teoría marxista de las fuerzas productivas (Veraza Urtuzuástegui, 2012).
7 Véase el artículo del autor Significación científica y política de Wilhelm Reich”
8. Con fecha Julio de 2017. Publicado como artículo en la Revista Teoría y Crítica de la Psicología, n°10 (2018), 47-62. http://teocripsi.com/. Este artculo corresponde en gran parte al Capítulo II del libro de autor Marx y la psicología social del sentido común , ed. Itaca, (2018)
9 Lenin retoma las palabras que K. Kautsky dijo con motivo del Proyecto del nuevo programa del Partido Socialdemócrata austríaco.
10. Esta relación del sentido común enajenado, (mercantil-capitalista) guarda un vínculo directo con la propia lógica “Progreso/Devastación” del desarrollo capitalista, estudiada por Bolívar Echeverria. (Nota del editor)

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