Cerdos y pescados, Literatura

ARLT: ROBAR Y SALIR CORRIENDO por David Viñas

-«Las montañas del oro»
*-Es un libro agotado. Diez pesos te los dan en cualquier parte (…)
«Hoy a las tres de la madrugada el agente Manuel Carles,
de parada en la calle Avellaneda y Sur América,
sorprendió a un sujeto en actitud sospechosa
y que llevaba un paquete bajo el brazo (…)
—Vea, yo quisiera irme al Sur.

                                         El juguete rabioso, 1926

*

Para reabrir la discusión: el aprendizaje rural puesto en escena en el Segundo Sombra, al articularse con la exaltación de los valores campesinos planteada por Lugones, se contrapone a la paideia urbana que condensa Arlt con su Juguete rabioso. Se sabe: revés y derecho; Jano brifonte y paradoja que se resuelve mediante una elegía o a través de una grotesca crispación. Lo esencial de la literatura argentina del siglo XIX se agotaba en coincidencia cronológica con la narrativa más contemporánea que se iba abriendo en agresivo y fecundo desvío. Porque ¿qué ocurría en ese momento adjetivado por el «radicalismo clásico»? El estilo señorial con sus rezagos, resistencias, sistemas y rencores se estaba replegando frente al drama que describía a la clase media porteña. Y ambos síntomas mayores se sobreimprimían en el mismo año.

Es que si el emblema «bárbaro» superpuesto en el Facundo de 1845 había girado ciento ochenta grados hasta recalar en la sabiduría mansa, dicharachera y lateral de ese gaucho conclusión de dinastía, lo blasonado por la «civilizada» Amalia hacia 1850 se invertirá hasta degradarse en las melancólicas putas de César Tiempo, Castelnuovo y Stanchina. O en la Renga arltiana. Subrayando esos dos andariveles, a su vez, el itinerario zigzagueante de la novela argentina.

Ahora bien, si en el universo de Arlt la figura de Lugones es aludida mediante la efracción de una biblioteca y el robo de Las montañas del oro, en el otro extremo del espectro literario el ademán borgeano (consecuente al de Güiraldes) sólo penetra ceremonialmente en el templo de los libros para ofrendarle un ejemplar recién publicado al «patriarca» de El payador y recibir, en contraseña, la santificación intelectual. Dos exasperaciones, pues: violación y rito. La profanación del típico recinto cultural en Arlt se tensa así frente a la sacralización de lo libresco en Borges. Y el clásico drama sarmientino se estruja en otra vuelta de tuerca.

Sin embargo, en el interior del Juguete Rabioso la figura de Lugones no sólo se superpone con lo que se niega y es violado. El espacio arltiano además de vertiginoso es perverso. Y los gestos autoritarios del emblema lugoniano no sólo le repugnan sino que suelen fascinarlo: porque si Arlt, en sus ademanes hacia abajo se asoma con simpatía sobre «lo popular», hacia arriba y en dirección de esa «montaña » que funciona como escenografía fundamental de Lugones se esfuerza por imitar ciertas entonaciones académicas.

Y en esa oscilación entre vuelo y caída «el consabido balanceo pequeño burgués de arltianos desgarrados e yrigoyenistas» según me codeaba Ángel Rama, si en dirección a Lugones suele remedar, sin demasiado éxito, la andadura quevedesca, por su revés de trama, y al utilizar palabras del lunfardo, escrupulosamente Arlt las pone entre comillas: como si temiese quedar pegado en «lo pringoso» del «infierno» popular y las agarrase con la punta de los dedos. O en semejanza al que se asoma al borde del mal y le da vértigo caer ahí y ser confundido con «el pegoteo de las ollas, la suegra y la rutina».

La mirada hacia abajo y el asomarse sobre lo popular por encima del lunfardo que fascina e inquieta resultan análogos al «apoyarse» sobre una puta, encima de su cuerpo y de un sexo que seducen y que, al mismo tiempo, aterran y a los que se les conjura el ablandarse o «licuarse» tocando fierro. Sobre todo, la pistola que se esconde en el bolsillo trasero del pantalón.

O como esa otra homología en el espacio de lo popular: al Rengo «que fascina pero con el que se teme quedar pegoteado» se lo delata para conjurar lo pringoso e inquietante de su amistad confidencial. O en una franja distinta y paralela: para distanciarse del «mariquita» del hotel (que por su parte alude a otra paideia urbana, con un iniciador corrupto y otra biblioteca de prestigio) se abren las puertas y se le da la espalda a «la sutil tentación pecaminosa».

Lunfardo, delación y homosexual, entonces, que en el escenario arltiano a cada paso vacilan entre la conciencia desgarrada y el anonadamiento.

Y lo que no tengo aún resuelto. Si en el uso del lenguaje con toques académicos Arlt, paradójicamente, se empeña en recibir algún «espaldarazo» lugoniano como resultado de lograr, por fin, seducirlo al autor de La guerra gaucha. Digo, si es así habría que atribuirlo a que prolonga el juego enunciado con el robo: robar y escribir se superponen. Deben ser gestos asombrosos y destinados al poder; ser análogos al invento de un cañoncito que estalla con estruendo, a entrar con desenvoltura al café, reírse a carcajadas en la última fila de la platea teatral o hablarle a los militares de los inventos de Marconi. Todos esos ademanes vienen a significar lo mismo. Como convertirse en Napoleón, Edison, D’Annunzio o Rocambole.

Ejercicio de la seducción, por consiguiente, en cuyo envés se lee el deseo de conjurar las humillaciones impuestas por los jefes, suegras o porteros: en la oficina con ventanal al río, llevando una «ridicula canasta» por Lavalle y Talcahuano o al recibir una propina. Y en el caso particular del Juguete rabioso por el policía que aparece al final del circuito del robo de los libros de Lugones y que se llama Manuel Carlés: cuyo referente más concreto es nada menos que el presidente de la Liga Patriótica Argentina, ideólogo de la Semana Trágica del 19 y de la represión de los obreros patagónicos entre 1920 y el 21.

Hay menos heterodoxia de lo que se supone en Arlt. Incluso con frecuencia aparece «pegado» a la ideología oficial. Al menos, por algunos de sus flecos. De ahí que resulte previsible cuando la ciudad de los años veinte, emblematizada en una «puta babilónica», también sea conjurada por Arlt con su peculiar desplazamiento hacia las apelaciones lugonianas a favor del campo. Es el preciso momento en que El juguete rabioso se cierra con una invocación a «la pureza y el cielo despejado » de la Patagonia.

Ultimo Sur donde el Arlt de 1926 coincide, por su metáfora con la de Victoria Ocampo de 1930. Y mucho más allá de esa fecha, hasta con el Ernesto Sabato de los héroes y las tumbas de 1962. En un único conjuro salvador de la ciudad purificada que ya no podía rescatarse por el norte más o menos colonial ni por el intermedio de la pampa ensombrecida. Sólo queda la Patagonia «pura «. Y arrasada.

Porque en el final novelesco de 1926 Arlt parece olvidar que ese Manuel Carles (referente policial-perseguidor de los ladroncitos de la biblioteca que roban y se largan a correr) justamente celebraba, en ese año, el «heroísmo castrense» exhibido durante las represiones del ejército, apenas cinco años antes, en el territorio nacional de Santa Cruz.

Correlativo resulta, por lo tanto, que sea precisamente aquí donde los efectos de la seducción lugoniana reaparezcan. Y las montañas del oro, sin tanto brillo pero conservando su «altitud viril», se hayan desplazado en dirección a las grandes montañas de la Patagonia. Desde ya: simbólicamente.

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